Alberto Priego, Universidad Pontificia Comillas
Cada año, cuando llega el 10 de Tishrei –Día del Perdón, celebrado este año en septiembre, según el calendario gregoriano– los judíos celebran el Yom Kippur, que es el día más sagrado del calendario. En ese día santo, Israel entero se detiene, incluido su espacio aéreo. Durante 25 horas los judíos de todo el mundo no comen, no beben, no trabajan, no tienen relaciones sexuales y tampoco están en situación de alerta ante cualquier amenaza.
Esa conyuntura tan particular fue utilizada por Siria y por Egipto para intentar recuperar lo que habían perdido en la Guerra de los Seis días: el Sinaí, Gaza y el Golán. En los primeros días de la Guerra del Yom Kippur, los sirios lograron avanzar en los Altos del Golán y los egipcios pasaron al otro lado del canal adentrándose incluso en la Península del Sinaí.
Sin embargo, una vez los israelíes reaccionaron, sus fuerzas armadas fueron capaces de avanzar acechando incluso a las ciudades de Damasco y Suez. Tras 20 días de guerra, todo quedaba igual que en 1967.
Con medio siglo transcurrido desde aquella guerra, cabe preguntarse qué llevó a los árabes a tomar esta decisión y, sobre todo, qué supuso para ambas partes la Guerra del Yom Kippur.
La venganza de Siria y Egipto
Tanto Siria como Egipto estaban deseosos de vengar la humillante derrota que habían sufrido seis años antes en la Guerra de los Seis Días. Quizás porque ambos líderes habían estado en los círculos de poder en la guerra anterior.
Tanto el entonces presidente sirio, Hafez Al Assad, como el egipcio, Anwar Al Sadat, necesitaban reforzar su liderazgo en el orden interno. Sobre Hafez Al Assad pesaba incluso la responsabilidad de haber sido el jefe del ejército del aire durante la Guerra de los Seis Días. Y sobre Al Sadat caía la siempre omnipresente sombra del carismático e insustituible Gamal Abdel Nasser, que fuera presidente de Egipto entre 1954 y 1970.
En el caso de Al Sadat, Israel le hizo llegar un mensaje vía Washington por el que Jerusalén ofrecía el Sinaí a cambio de la paz, a lo que el presidente egipcio respondió que estaba dispuesto a sacrificar un millón de hombres para recuperar la península.
Para Israel, a pesar de que finalmente logró recuperar el territorio perdido en los primeros días, la guerra también tuvo consecuencias militares. Además de los casi 3 000 muertos que se llevó el conflicto, Israel tomó conciencia de que no podría ganar todas las guerras contra los árabes. Por parte de Egipto y Siria hubo más de 7 000 y 3 000 fallecidos respectivamente.
Quizás por ello, cinco años después de firmar el armisticio, uno de los halcones de la clase política israelí –Menachem Begin– y uno de los inductores de la Guerra del Yom Kippur –Anwar Al Sadat– firmaron la paz en una ceremonia que abría el camino a otros procesos en los jardines de la Casa Blanca.
El Premio Nobel de la Paz que salió de la contienda
El mundo entero reconoció el esfuerzo de esos dos líderes que, en poco más de cinco años, habían pasado del odio a la paz. Por ello, Al Sadat y Begin recibieron el Premio Nobel de la Paz.
Lamentablemente, los Hermanos Musulmanes tenían una visión diferente y tres años después de la firma de Camp David –los acuerdos tuvieron el objetivo de resolver la situación de conflicto entre el Estado de Israel y la República de Egipto – asesinaron al presidente Al Sadat.
Los radicales no solo le condenaron a muerte por la firma del acuerdo, sino también por pronunciar un discurso de paz en el corazón de Jerusalén:
“Después de pensarlo mucho, me convencí de que la obligación de responsabilidad ante Dios y ante el pueblo me obligaba a ir al rincón más lejano del mundo, incluso a Jerusalén, para dirigirme a los miembros de la Knesset, los representantes del Pueblo de Israel, y familiarizarlos con todos los hechos que surgen en mí. Entonces, dejaría que ustedes decidan por ustedes mismos. Después de esto, que Dios Todopoderoso determine nuestro destino”.
La Guerra del Yom Kippur fue la última guerra convencional que libró Israel. Y supuso el inicio de un proceso de normalización de las relaciones con sus vecinos que en los próximos meses puede incluso incluir una nueva pieza: Arabia Saudí.
Alberto Priego, Profesor Agregado de la Facultad de Derecho- ICADE, Departamento de Dep. Público. Área DIP y RRII, Universidad Pontificia Comillas
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.