El reciente mensaje del subsecretario de Estado de Estados Unidos para Asuntos del Hemisferio Occidental, Brian A. Nichols, sobre la muerte del general en retiro Humberto Ortega, ha generado una ola de críticas por parte de la oposición nicaragüense, especialmente desde el exilio.
Nichols, a través de su cuenta de X (anteriormente Twitter), expresó sus “esperanzas” por un cambio en Nicaragua, destacando que Humberto Ortega, hermano del dictador Daniel Ortega, había reconocido antes de su fallecimiento que el totalitarismo “no tiene cabida” en el país.
Sin embargo, esta publicación ha sido vista con escepticismo y rechazo por numerosos opositores que acusan a Humberto Ortega de haber sido partícipe de crímenes de guerra y corrupción, crímenes por los cuales nunca rindió cuentas.
A pesar de tener profundas diferencias con el General en Retiro de Nicaragua Humberto Ortega, él llegó a reconocer que el totalitarismo “no tiene cabida en Nicaragua”. Poco antes de su muerte el 30 de septiembre, Humberto Ortega habló de sus esperanzas por una transición política…
— Brian A. Nichols (@WHAAsstSecty) October 3, 2024
El mensaje de Nichols y su recepción
En su publicación, Nichols afirmó: “A pesar de tener profundas diferencias con el General en Retiro de Nicaragua Humberto Ortega, él llegó a reconocer que el totalitarismo ‘no tiene cabida en Nicaragua’.
“Pocos meses antes de su muerte el 30 de septiembre, Humberto Ortega habló de sus esperanzas por una transición política para la celebración de elecciones y un futuro democrático y de paz en Nicaragua. Compartimos las mismas esperanzas para el pueblo de Nicaragua”.
Este comentario, aparentemente conciliador y esperanzador, desató una inmediata respuesta de decenas de nicaragüenses en el exilio, quienes, en su mayoría, rechazaron las palabras del funcionario estadounidense.
Los opositores cuestionaron la falta de mención de las graves acusaciones que pesaban sobre Humberto Ortega, quien fue comandante del ejército durante la década de 1980, un período marcado por la guerra civil nicaragüense y la represión estatal.
“Brian Nichols, ¿cómo puede compartir esperanzas con un hombre que fue responsable de crímenes de guerra y corrupción masiva? Humberto Ortega murió sin responder ante la justicia”, señaló una usuaria identificada como exiliada en Costa Rica.
Otro comentario subrayó: “Ortega no solo fue parte del régimen sandinista, fue uno de sus arquitectos. Murió con las manos manchadas de sangre y jamás rindió cuentas por los abusos cometidos contra el pueblo nicaragüense”.
Humberto Ortega: ¿Figura de transición o cómplice de un régimen autoritario?
La figura de Humberto Ortega ha sido objeto de constante polémica. Aunque en sus últimos años se distanció públicamente de su hermano Daniel Ortega, actual dictador de Nicaragua, y criticó la represión del régimen, su legado está marcado por su rol central en la revolución sandinista y el conflicto armado que definió la política nicaragüense en los años 80.
Como comandante en jefe del ejército sandinista, Humberto Ortega fue una figura clave durante la guerra civil contra los contras, un conflicto que cobró la vida de decenas de miles de nicaragüenses.
A lo largo de su vida, Humberto Ortega también enfrentó múltiples acusaciones de corrupción.
Críticos dentro y fuera de Nicaragua lo señalaban por haberse enriquecido durante el proceso de desmovilización de las fuerzas armadas en los años 90 y por su supuesta participación en el “piñata sandinista”, una repartición de propiedades del Estado entre altos mandos sandinistas tras su salida del poder en 1990.
Si bien Humberto Ortega mantuvo una posición pública de aparente moderación y llamó en varias ocasiones a su hermano a realizar reformas democráticas, para muchos opositores nicaragüenses, su figura sigue estando vinculada a los excesos del régimen sandinista, tanto en sus inicios como en su transformación hacia una dictadura familiar y autoritaria.
El oscuro legado de Humberto Ortega y las expectativas internacionales
El comentario de Nichols resaltó las “esperanzas compartidas” de una transición democrática en Nicaragua, pero su publicación se percibió por muchos como una forma de legitimar, indirectamente, el papel de Humberto Ortega en la historia reciente del país.
Esta percepción ha generado especial malestar entre quienes consideran que Estados Unidos no debería exaltar a una figura tan controvertida sin tener en cuenta su historial de violaciones a los derechos humanos.
En particular, las víctimas de la represión sandinista y los excombatientes de la contrarrevolución han criticado lo que consideran una tendencia de algunos actores internacionales a idealizar figuras que, según ellos, tienen una responsabilidad directa en el sufrimiento de miles de nicaragüenses.
“Estados Unidos no debe olvidar que Humberto Ortega fue parte del sistema que construyó este régimen”, expresó un exiliado en Miami, recordando que Ortega fue artífice de las leyes de servicio militar y de las operaciones de guerra que mandaron a la muerte a miles de jóvenes nicaragüenses.
A lo largo de los últimos años, Humberto Ortega había abogado por una reforma democrática pacífica, lo que lo diferenciaba de la postura más radical de su hermano Daniel, quien ha consolidado una dictadura cerrada con amplias violaciones a los derechos humanos, según múltiples informes de organismos internacionales, incluida la CIDH.
Los crímenes de guerra y la impunidad
Para muchos opositores, el hecho de que Humberto Ortega nunca enfrentara cargos por los crímenes de guerra cometidos durante la década de 1980 es un testimonio de la impunidad que caracteriza al sistema político nicaragüense.
Durante su mando militar, se denunciaron numerosas ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, masacres y operaciones militares marco del conflicto armado entre las fuerzas sandinistas y la contrarrevolución financiada por Estados Unidos.
Las heridas de esta época siguen abiertas para miles de familias nicaragüenses que perdieron a seres queridos en la guerra y que, hasta el día de hoy, no han recibido justicia ni reparaciones.
A esta historia de violencia se suma el enriquecimiento ilícito del cual fue acusado Humberto Ortega, en lo que muchos consideran una traición a los ideales revolucionarios originales que prometían igualdad y justicia para el pueblo nicaragüense.
Aunque el mensaje de Nichols subraya las “esperanzas compartidas” de una transición hacia una democracia en Nicaragua, el rechazo desde el exilio muestra lo lejos que se encuentra esta posibilidad para muchas víctimas de la represión sandinista y el régimen actual.
La figura de Humberto Ortega, con todas sus complejidades, sigue dividiendo a los nicaragüenses, y su fallecimiento en cautiverio por represalia de su hermano Daniel, deja sin respuesta las demandas de quienes buscaban justicia por los abusos cometidos bajo su mando.
Para muchos opositores, la única forma de avanzar hacia un verdadero futuro democrático en Nicaragua es que todos aquellos que han estado involucrados en crímenes de guerra, represión y corrupción rindan cuentas.
Sin embargo, la realidad política del país, donde el aparato estatal sigue controlado por Daniel Ortega y su círculo cercano, parece distar de cualquier intento serio de justicia y rendición de cuentas.
En este contexto, el mensaje de Nichols, lejos de ofrecer consuelo, ha abierto viejas heridas y ha puesto de relieve las profundas divisiones que aún persisten en Nicaragua y en su diáspora.