Como anticipamos, Mel Zelaya se ha convertido en la figura política dominante de Honduras. Controla el Poder Ejecutivo, el Congreso Nacional, la Corte Suprema, el Consejo Nacional Electoral, el RNP, la Fiscalía, la Policía, las Fuerzas Armadas, la Unah, una facción del narcotráfico operante en el país y a una de las dos grandes “pandillas”. Además, el Presupuesto Nacional. Y ahora, con el respaldo de los Estados Unidos, que, a cambio de bajar la cabeza, le permitirán seguir gobernando y haciendo su voluntad entre los hondureños, domina al país. Sin olvidar que controla una tercera parte –la más influyente- de los medios televisivos y a un diario capitalino. Solo Carías, en su tiempo, tuvo tanto poder como Zelaya.
El electorado, al principio reticente y esquivo, poco a poco va cayendo en sus redes. La última encuesta de Le Vote – contra todos los pronósticos y la lógica más razonable– indica que el electorado favorece al PLR, pese a que ha hecho uno de los peores gobiernos que se tenga memoria y que el pueblo pobre sufra uno de los momentos más inseguros de la historia nacional. No queremos creer que los datos sean trucados –cosa que no es extraña-, pero llama la atención que la “fuga” de Jorge Cálix y sus diputados al PL no influya nada en esas cifras que favorecen la supremacía del partido gobernante.
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En este escenario, la oposición democrática no tiene muchas alternativas, aunque controle la mayoría de los votos en el Congreso Nacional.
Dependerá de Mel si ejerce una represión de mano de seda o se inclina por el castigo y la amenaza en contra de sus adversarios. Si hace lo primero –aunque tenga que cambiar de candidata a Rixi Moncada, que es muy “dura y conflictiva”, por otra figura más potable como Carías con Gálvez -más tolerante y menos amenazante con los opositores– es probable que el PLR gane las elecciones. Y el país sufra otros cuatro años más de atraso.
En caso contrario, y si escoge la estrategia de la “tierra quemada”, Zelaya perseguirá y eliminará al Partido Nacional, destruyendo e inhabilitando a sus candidatos más representativos. Y concluye –con el apoyo de Rosenthal y Flores– la tarea de darle el puntillazo final al PL, en su estrategia equivocada de ponerle fin al bipartidismo, como si entre los “muertos” no incluirá el suicido suyo y de su partido-, la reacción nacional puede ser de pronóstico reservado. Desde un golpe de Estado por grupos militares democráticos hasta la movilización armada y huelgas generales que pongan en precario la paz de la república en forma generalizada.
Los primeros hechos son notorios. Nasry Asfura, que cedió ante Zelaya y Flores ingenuamente, ahora tiene que enfrentar la justicia y parece que la estrategia es inhabilitar a los principales líderes del PN.
Lo que a la larga creará inquietudes e incomodidades que pueden llevar a inestabilidades e incluso a conatos de resistencia, que son visibles en los cortes de carretera, las huelgas y las tomas de tierra.
La devaluación de la moneda, en forma acelerada, puede crear nuevas incomodidades entre los empresarios y disparar más el desempleo, animando mucho más a la inmigración hacia Estados Unidos, especialmente.
En todo esto, la duda que tenemos -como lo escribimos el día antes de la reelección ilegal de JOH- es si la sociedad hondureña, las estructuras económicas, los grupos irregulares y las fuerzas políticas soportarán otros cuatro años de mal gobierno como el del PLR, que pese a los daños inferidos parece que la “oligarquía rural” está dispuesta a permitirle otro período más.