En el discurso de odio que maneja la “clase gobernante” acaudillada por el “comandante” Mel Zelaya, no hay espacio para el amor o la compasión. Y menos para responder cuando la población gime o siente que el miedo rodea las casas silenciosas de nuestros compatriotas amenazados de ser expulsados de los Estados Unidos. La presidenta Xiomara Castro cree que nos hace un favor deteniendo su mirada sobre los que son expulsados de Estados Unidos; y, en la voz del canciller –una figura extraña a la diplomacia moderna– les ofrece “ayuda” con nuestros impuestos para que se reintegren. Sin mostrar la mínima compasión por el sufrimiento y el miedo que tiene arrinconados a miles de compatriotas.
Apenas hablan de “reintegración” cuando la sociedad ha hecho muy poco en estos últimos años para evitar que lo mejor de nuestra juventud abandone la verde naranja de la patria en donde nacieron. Los jóvenes se van porque aquí no pueden vivir. Aquí no hay posibilidades. Tampoco esperanzas. Estas las crean las sociedades deliberadamente. La nuestra no tiene interés desde el Estado para crear condiciones que la arraiguen en los espacios de la patria común.
Afortunadamente los católicos tenemos en Roma a Francisco, nuestro líder espiritual, que habla por nosotros y nos defiende. En una enérgica carta pastoral dirigida a los obispos de Estados Unidos, les ordena oponerse a las medidas punitivas en contra de los inmigrantes y les reclama a los católicos del gobierno –entre ellos al vicepresidente Vance, que se confiesa católico— que tengan compasión y amor hacia los inmigrantes que no son criminales como los han señalado de manera inapropiada e indebida.
El papa Francisco condena enérgicamente las políticas de inmigración en uso por parte de la administración de Trump. En la carta, el pontífice destaca que estas medidas asocian injustamente la inmigración ilegal con la criminalidad y que constituyen una perversión moral.
Francisco insta a los católicos a no caer en brazos del relato discriminatorio que genera sufrimiento entre inmigrantes y refugiados, resaltando la importancia de la dignidad humana y la solidaridad. Además, hace un llamado a crear políticas que regulen una migración ordenada y legal sin privilegiar a unos en contra de los otros.
La carta pastoral también le da una respuesta al vicepresidente James David Vance, quien acusó a los obispos de actuar por interés económico. Y que estableció que la compasión debe ser primero con “la familia, los amigos, los vecinos, los familiares; y, al final con los extraños”. Atreviéndose a respaldar su “gradualidad” compasiva en una cita irregular de San Agustín. El Papa defiende la labor de la Iglesia en la protección y la defensa de los migrantes recordando que un auténtico Estado de derecho se refleja en el trato digno hacia todas las personas especialmente las más pobres y marginadas. Ha contestado Tom Homan, –“el Adolf Eichmann” de Trump–, señalando que el Vaticano tiene un muro para insinuar irrespetuosamente que el Papa debería atender sus propios asuntos; dejando a los “gringos” que hagan a los migrantes lo que les dé la gana. Confirmando que la carta pastoral les ha dolido.
Además, es indicación de las tensiones entre el papa Francisco y sectores ultraconservadores de la Iglesia Católica de Estados Unidos, especialmente tras el nombramiento del progresista Robert McElroy como arzobispo de Washington.
Finalmente, es un signo que nosotros –cristianos, católicos o no– no estamos solos. Que Xiomara y Mel no reclamen en favor de los nuestros, porque no les interesa la vida y felicidad de los migrantes, no debe llamarnos a la desesperación. En Roma, tenemos a Francisco que sí se preocupa por nosotros. Gracias a Dios.