La visita del presidente ucraniano Volodimir Zelenski a la Casa Blanca no ha salido como estaba previsto, al menos no según sus planes. Se produjeron escenas extraordinarias cuando una conferencia de prensa entre Zelenski y Trump se convirtió en un calvario, cuando el presidente estadounidense reprendió en voz alta a su homólogo, al que acusó de “jugar con la Tercera Guerra Mundial”.
“O llegas a un acuerdo o nos vamos”, le dijo Trump a Zelenski. Su vicepresidente, J.D. Vance, también se sumó al grupo, acusando al presidente ucraniano de “litigar frente a los medios estadounidenses” y calificando su actitud de “irrespetuosa”. En un momento dado, le preguntó a Zelenski: “¿Has dicho gracias siquiera una vez?”.
Los periodistas presentes describieron la atmósfera como caldeada, con voces alzadas tanto por Trump como por Vance. El New York Times dijo que la escena fue “uno de los momentos más dramáticos jamás vistos en público en la Oficina Oval y subrayó la ruptura radical entre Estados Unidos y Ucrania desde que Trump asumió el cargo”.
En el trasfondo de los violentos intercambios se encontraban las diferencias entre la administración Trump y el gobierno ucraniano sobre el llamado “acuerdo sobre minerales” que Zelenski tenía previsto firmar, pero es comprensible que Ucrania no esté tan entusiasmada con el acuerdo.
En su forma actual, parece más bien un memorando de entendimiento que deja varias cuestiones vitales para resolver más adelante. El acuerdo propuesto es la creación de lo que se llamará un “fondo de inversión para la reconstrucción”, que será de propiedad conjunta de Estados Unidos y Ucrania y que será administrado por ambos países.
Al fondo propuesto se destinará el 50% de los ingresos provenientes de la explotación de “todos los activos de recursos naturales relevantes propiedad del gobierno ucraniano (sean de propiedad directa o indirecta del gobierno ucraniano)” y “otra infraestructura relevante para los activos de recursos naturales (como terminales de gas natural licuado e infraestructura portuaria)”.
Esto significa que es probable que la infraestructura privada (gran parte de la cual pertenece a los oligarcas ricos de Ucrania) se convierta en parte del acuerdo, lo que tiene el potencial de aumentar aún más la fricción entre Zelenski y algunos ucranianos muy poderosos.
Mientras tanto, las contribuciones estadounidenses están menos definidas. El preámbulo del acuerdo deja claro que Ucrania ya tiene una deuda con Estados Unidos. El primer párrafo señala que “Estados Unidos de América ha brindado un importante apoyo financiero y material a Ucrania desde la invasión a gran escala de Rusia en febrero de 2022”.
Según Trump, esta cifra asciende a 350.000 millones de dólares. La cifra real, según el Ukraine Support Tracker del Kiel Institute for the World Economy es aproximadamente la mitad.
Los analistas occidentales y ucranianos también han señalado que puede haber menos depósitos minerales y de tierras raras en Ucrania y que sean menos accesibles de lo que se supone actualmente. Las estimaciones de trabajo se han basado principalmente en datos de la era soviética.
Dado que el borrador actual deja que los detalles sobre la propiedad, la gobernanza y las operaciones se determinen en un futuro acuerdo sobre el fondo, el gran acuerdo de Trump es, en el mejor de los casos, el primer paso. Se esperan futuras rondas de negociaciones.
Declaración de intenciones
Desde la perspectiva ucraniana, esto es más una fortaleza que una debilidad. Deja a Kiev con la oportunidad de lograr términos más satisfactorios en futuras rondas de negociación. Incluso si las mejoras sólo serán marginales, mantiene a Estados Unidos atrapado en un proceso que, en general, es beneficioso para Ucrania.
Tomemos como ejemplo las garantías de seguridad. El borrador del acuerdo no ofrece a Ucrania nada parecido a la membresía en la OTAN, pero señala que Estados Unidos “apoya los esfuerzos de Ucrania por obtener las garantías de seguridad necesarias para establecer una paz duradera”, y añade que “los participantes tratarán de identificar las medidas necesarias para proteger las inversiones mutuas”.
No se debe exagerar la importancia de este hecho. Como mínimo, se trata de una expresión de intenciones de Estados Unidos que no ofrece garantías de seguridad, pero que aun así le otorga un interés en la supervivencia de Ucrania como Estado independiente.
Pero es una señal importante tanto por lo que hace como por lo que no hace: una señal para Rusia, Europa y Ucrania.
Trump no prevé que Estados Unidos dé a Ucrania garantías de seguridad “más allá de lo estrictamente necesario”, sino que parece pensar que esas garantías pueden ser proporcionadas por tropas europeas (el Kremlin ya ha expresado sus dudas al respecto).
Pero esto no significa que la idea esté completamente descartada. Al contrario, debido a que el compromiso de Estados Unidos es tan vago, le da a Trump influencia en todas las direcciones.
Puede utilizarlo como incentivo y castigo contra Ucrania para obtener condiciones más favorables para los retornos estadounidenses del fondo de inversión para la reconstrucción, o para presionar a Europa a adoptar medidas más decisivas para aumentar el gasto en defensa, condicionando cualquier protección estadounidense a las fuerzas de paz europeas a un reparto más equitativo de las cargas en la OTAN.
Y puede enviarle una señal al presidente ruso, Vladimir Putin, de que Estados Unidos tiene la intención seria de lograr que el acuerdo se cumpla y que mayores intereses económicos estadounidenses en Ucrania y una mayor presencia corporativa en el terreno implicarían consecuencias respaldadas por Estados Unidos si el Kremlin incumpliera un futuro acuerdo de paz y reiniciara las hostilidades.
No es seguro que estos cálculos conduzcan en última instancia a la “Ucrania libre, soberana y segura” que prevé el acuerdo.
Por ahora, sin embargo, a pesar de todas las deficiencias y vaguedades del acuerdo en cuestiones clave –y la discusión muy pública entre las partes–, todavía parece que sirve a los intereses de todas las partes al avanzar en esta dirección.