Desde temprana edad, Elena Martínez y otras mujeres de Aserradores, una comunidad pesquera del este de Nicaragua, aprendieron a adentrarse en el manglar para extraer conchas negras, sin saber que años más tarde mantendrían así a sus familias y protegerían el ecosistema.
Con las piernas hundidas hasta las rodillas en la ñanga, el lodo del estero, abriéndose paso en el tupido entramado de tallos y ramas, Martínez, de 40 años, cuenta que sabe “conchar” desde que tenía 10 años.
Tres días a la semana, ella y otras mujeres salen al amanecer de sus casas para viajar unos dos kilómetros en pequeños botes de remo al manglar del Estero de Aserradores, en el municipio de El Viejo, a más de 150 kilómetros al noroeste de Managua.
Hasta el mediodía, encaran con sonrisas y bromas la difícil tarea de cavar a mano en el fango para obtener estos oscuros moluscos bivalvos, muy apetecidos para cebiches y cócteles y con supuestas cualidades afrodisíacas.
En varias horas juntan una pequeña pila cada una, algunas para consumo propio, pero la mayoría para vender.
“Para nosotros es algo bien importante”, dice Martínez. “Aquí venimos a encontrar 10 docenas o 12 docenas, pero es seguro para llevar el sustento a nuestro hogar”.
Estos moluscos de la especie Anadara tuberculosa se encuentran en la costa del Pacífico de América, desde México a Perú, donde también se los conoce como pianguas, curiles, chuchecas o patas de mula.
Proteger el manglar
El trabajo de Martínez y sus compañeras también es importante para la conservación. Los bosques de mangle, un arbusto o árbol leñoso de tres a cuatro metros de altura propio de zonas tropicales, albergan gran diversidad biológica. Además, brindan protección natural contra fuertes vientos y olas producidas por huracanes y maremotos.
Ellas saben que si el manglar se acaba, se terminan las especies que habitan en él. Por eso, ayudan a conservarlo, participando en campañas de reforestación en las que depositan plántulas proporcionadas por instituciones ambientales y oenegés.
“Cuando fui creciendo, al final, fui mirando lo importante que era la sacada de conchas. Porque no valorábamos: sacábamos cantidad de conchas sin pensar que tal vez en algún tiempo se va a terminar y no vamos a tener para sacar el sustento de los hijos”, reflexiona Martínez.
“Lo que hacemos es proteger el manglar, nosotros no despalamos (deforestamos), nosotros sembramos, reforestamos (…) siempre por el bien de nosotros, nuestros hijos y la demás población”, agrega.
Juana Izquierdo recuerda que de niña había tantas conchas negras que las recogía casi en la superficie del barro. Pero con los años “se fueron disminuyendo porque éramos más las ‘concheras'”, comenta a la AFP.
Hoy en día, devuelven al fango las conchas más pequeñas para “proteger y guardar nuestro propio manglar”, dice esta mujer de 50 años y rostro endurecido por el sol.
Asumen las mujeres
A las dificultades de extracción de los moluscos, se suman las de comercialización.
En un restaurante de la zona, una docena de conchas negras puede costar hasta 120 córdobas (3,3 dólares), pero las mujeres solo obtienen entre un cuarto y un sexto de ese precio.
“La gente, cuando uno se las vende, ni las valoran, no nos quieren pagar lo que nosotros pedimos, quieren que se las demos más baratas y cuestan mucho”, señala Izquierdo, que lleva 42 años como “conchera”.
En Aserradores, hay un puñado de cooperativas de extracción de conchas negras que agrupan a casi un centenar de personas.
“Trabajamos tres días y descansamos tres o cuatro días, y ahí volvemos. Claro que nos beneficia, porque mantenemos a nuestras familias”, dice Izquierdo.
Los hombres en Aserradores se dedican a la pesca en el mar, pero no siempre sacan lo suficiente.
“A veces los pobrecitos solo ganan para el combustible, y esto, como nosotros venimos a remo no gastamos en combustible, solamente nuestra energía”, enfatiza.
Martínez señala que son las mujeres las que salen a buscar conchas negras.
“Solo mujeres venimos porque al hombre poco le gusta. A él no le gusta enlodarse, no le gusta rayarse (con las ramas), y nosotros lo tenemos que hacer por nuestros hijos. (Para) el estudio de nuestros hijos, tenemos que buscar la manera de tenerle el alimento a ellos”, concluye esta madre de tres veinteañeros.