El domingo 13 de abril tuvo lugar la segunda vuelta de los comicios presidenciales en Ecuador. Los resultados de la jornada fueron extraños para unos y otros. Por un lado, la candidata de la oposición correísta, Luisa González, pasó de anticipar que el oficialismo denunciaría fraude por lo que creyó que sería su victoria a acusar al gobierno de Daniel Noboa de haber incurrido en irregularidades como la única causa que explicaría el triunfo del actual presidente en búsqueda de reelección.
Por otro lado, Noboa se había recluido durante el fin de semana en la villa costera de Olón (Guayaquil) para, eventualmente, repetir la estrategia que aplicó en la primera vuelta cuando los números finales distaron de lo que había previsto: alejarse de los focos periodísticos y la atención ciudadana.
Nada discurrió según lo previsto. Mientras que en la elección de febrero escasos 17 000 votos separaron a ambos candidatos, la diferencia de doce puntos porcentuales del balotage no fueron adelantados por ninguna encuesta preelectoral. La distancia implica, según los primeros conteos, una suma cercana a 1 200 000 votos entre ambos aspirantes al Palacio de Carondelet.
El presidente Noboa obtuvo once puntos más (55,50 %) que en la primera vuelta, mientras que la candidata González mantuvo sus originales 44 puntos porcentuales.

Posibles razones de un triunfo
¿Qué puede explicar semejante escenario electoral en un contexto en el que hay evidentes tareas pendientes tanto en materia de gestión económica como de control de la inseguridad?
Diferentes hipótesis se han ensayado a lo largo de las últimas jornadas al respecto. En primer lugar, se afirma que el mandato presidencial por concluir por parte de Noboa no le ha sustraído del carácter de candidato o figura política “novedosa”. Parte del electorado parece seguir atribuyéndole parte de la magia que se le reconoce a los personajes que se acercan a la política desde otros escenarios sociales.
En segundo lugar, las publicitadas conexiones del actual primer mandatario con Donald Trump parecen producir dosis “añadidas” de confianza a cierto grupo de votantes considerando el actual errático contexto económico internacional. Noboa no solo fue invitado a la investidura del presidente estadounidense sino que, además, ha compartido recientemente una reunión privada con Trump en su residencia de Mar-A-Lago. Esta relación se ha visto acompañada de mutuos halagos sobre la labor que uno y otro desarrollan en sus respectivas naciones.
En tercer lugar, la difundida política de “mano dura” frente a la inseguridad desplegada recientemente desde el poder ejecutivo de Ecuador parece haber aupado el voto de determinado sector de la sociedad ecuatoriana.
Desde el punto de vista del rol desempeñado por la oposición, se ha hipotetizado que esta pudo haber incurrido en errores puntuales que le han privado de apoyo electoral en las últimas semanas. El capital político que pareció ejercer en pasados comicios, dentro de las huestes opositoras, el antiguo presidente Rafael Correa parece, al menos para esta ocasión, haberse parcialmente esfumado.
Sus declaraciones, desde el exterior, en favor del régimen de Nicolás Maduro y sus propuestas de desdolarizar la economía ecuatoriana pudieron haber influido en la desmovilización o cambio de sentido del voto de quienes ofrecieron su apoyo a Luisa González en la primera ronda electoral el pasado mes de febrero.

Corrupción y falta de agenda clara
A su vez, la ansiada búsqueda del apoyo del electorado de origen indígena, aún debiendo ser verificada por posteriores encuestas postelectorales, no habría sido exitosa. Asimismo, el aura de corrupción que acompaña al movimiento de Revolución Ciudadana pudo haber provocado un escenario electoral que dista de lo que se había creído probable conseguir en tiempos de la primera vuelta.
La inexistencia de una agenda clara de propuestas de políticas públicas en materia de combate a la inseguridad parece también haberle pasado factura a la candidatura de González.
La agenda de trabajo, a pesar de la abultada diferencia, del reelecto presidente Noboa no deja de ser hercúlea. Con independencia de no contar con un grupo parlamentario propio y de resultar la geometría lesgislativa para sus iniciativas muy endiablada, los desafíos son innumerables.
La compleja situación de inseguridad de Ecuador representa la mayor urgencia. El pasado mes de enero fue el más sangriento de la historia con 900 asesinatos en un contexto anual de una tasa de homicidios de 45,72 por cada 100 000 habitantes en 2023.
La situación económica requiere también de acciones contundentes. El PBI per cápita, para el año 2023, sufrió un deterioro respecto al año previo (6 111 euros versus 6 245 euros). El crecimiento económico postpandémico también ha presentado cierta desaceleración.
El combo producido entre economía no dinámica e inseguridad física ha provocado una salida ingente de población al exterior, con lo que ello implica en cuestión de pérdida de bono demográfico. En tal sentido, según reporta la Organización Internacional de Migraciones, casi 30 000 personas de esta nacionalidad cruzaron la provincia panameña de Darién en 2022. Esa suma ascendió a casi 60 000 personas en el año posterior.
Los meandros de la política exterior sí se presentarían más benévolentes para el relanzamiento presidencial de Noboa. Al enojo que causó en la región latinoamericana el asalto a la Embajada de México en Quito en 2024, le ha seguido un aparente olvido (quizás, momentáneo) de lo acontecido.
La llegada de los republicanos a la Casa Blanca con una agenda de, en principio, profunda intención de incidir en la política hemisférica, teniendo a Ecuador como aliado estratégico, representa un puntal importante para su gestión.
En cualquier caso, aunque el escenario político nacional ha ganado en gobernabilidad por lo que ha implicado esta victoria holgada en segunda vuelta, las tareas pendientes son muchas y los recursos contextuales para enfrentarlas en el medio y largo plazo no pueden ser juzgados como abundantes.
Pablo Biderbost, Associate Professor – Departamento de Sociología, Universidad de Salamanca y Guillermo Boscán, Associate Professor – Profesor Permanente Laboral en el Área de Ciencia Política, Universidad de Salamanca
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.