Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, arquitecto de ficciones, gladiador de ideas y uno de los más grandes narradores que dio América Latina al mundo, ha muerto. El anuncio, sereno y breve, lo hizo su hijo Álvaro: “Con profundo dolor, hacemos público que nuestro padre, Mario Vargas Llosa, ha fallecido hoy en Lima, rodeado de su familia y en paz”.
Tenía 89 años. Se fue el hombre, pero queda la obra: un universo literario tejido con la lucidez del periodista, la fiereza del polemista y la infinita ternura del novelista enamorado del lenguaje y del conflicto humano.
Con profundo dolor, hacemos público que nuestro padre, Mario Vargas Llosa, ha fallecido hoy en Lima, rodeado de su familia y en paz. @morganavll pic.twitter.com/mkFEanxEjA
— Álvaro Vargas Llosa (@AlvaroVargasLl) April 14, 2025
Nació en Arequipa, al pie del volcán Misti, el 28 de marzo de 1936, con el nombre de Jorge Mario Pedro Vargas Llosa. Su infancia —marcada por la ausencia de su padre y los desplazamientos por Perú y Bolivia— fue también la forja silenciosa de su vocación. Desde temprano, como si el destino le hubiese susurrado al oído, comprendió que su arma serían las palabras. A los 15 años ya escribía en “La Crónica” como reportero de medio tiempo. A los 23, publicaba Los jefes, y a los 27 incendiaría para siempre las letras latinoamericanas con La ciudad y los perros.
Era 1963. El Ejército peruano quemó ejemplares de la novela. Vargas Llosa, en cambio, ardía en la mirada de lectores de todo el continente. Su prosa, al mismo tiempo elegante y demoledora, convertía a Lima en un microcosmos de Latinoamérica, donde la violencia, la corrupción y la esperanza se enredaban en tramas de asombrosa ambición técnica. Había nacido un gigante.
Junto con Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes, Vargas Llosa integró la constelación dorada del “Boom” latinoamericano. Pero a diferencia de algunos de sus colegas, su literatura fue siempre de carne y hueso, más próxima a la ciudad que al mito, más comprometida con la historia que con la leyenda. Conversación en La Catedral, La casa verde, La guerra del fin del mundo, La Fiesta del Chivo… en cada obra, el poder y la libertad se cruzan como temas centrales, desgarradores y persistentes.
Y también estaba el humor, el amor, la nostalgia: La tía Julia y el escribidor, novela inspirada en su matrimonio juvenil con Julia Urquidi, es uno de los más entrañables homenajes a la pasión y al delirio de escribir.
#CuartoPoder
En 2010, Mario Vargas Llosa alcanzó la cima de su carrera al recibir el Premio Nobel de Literatura. “Yo soy el Perú”, dijo emocionado. Ese galardón lo consagró como uno de los grandes escritores de la historia ► https://t.co/ey6HF8RbRJ pic.twitter.com/ctprJsj9Wf— Cuarto Poder (@Cuarto_Poder) April 14, 2025
La vida del genio
La vida de Vargas Llosa fue también novela. Su juventud como simpatizante comunista dio paso a una vehemente militancia por el liberalismo. Se desilusionó del régimen cubano, rompió con la izquierda latinoamericana y se enfrentó —con pluma y verbo— a los autoritarismos del continente.
En 1990, se postuló a la presidencia del Perú, en una campaña que marcó para siempre su figura pública. Perdió ante Alberto Fujimori, pero ganó un lugar en la historia como intelectual comprometido, provocador y sin concesiones.
Polémico, sí. Incomodó tanto a la derecha como a la izquierda. Fue blanco de admiración y repudio. No temía al debate: lo buscaba, lo desafiaba, lo escribía.
El Nobel de Literatura le llegó en 2010. La Academia Sueca celebró “su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, la rebelión y la derrota”. Fue el reconocimiento a una carrera inquebrantable, sostenida por más de medio siglo de novelas, ensayos, artículos y discursos.
Tuvo 3 hijos con su segunda esposa, Patricia Llosa, y su vida privada fue, en los últimos años, también asunto de la prensa. Pero siempre volvía a escribir. Hasta el final, mantuvo una columna quincenal que se publicó en diarios de todo el mundo. Su amor por la palabra fue constante, acaso su única certeza.
Hoy, el Perú y el mundo literario lo despiden. Ha muerto Mario Vargas Llosa, pero sus personajes siguen hablando en bares, redactando artículos imposibles, conspirando en dictaduras ficticias, amando con desmesura.
La literatura —como él decía— es fuego, es mentira necesaria, es libertad. Y Vargas Llosa fue su más tenaz incendiario.
Ha muerto el autor. Queda la obra. Y queda, para siempre, la conversación.