Caudillos, reelecciones y otras desgracias

Por Juan Ramón Martínez, académico hondureño

No soy admirador de Bukele; ni de Milei.  Menos de Trump. Por razones conceptuales, valoración de sus metodologías; y por el abuso de persistir en el foro político, sin darle paso a los inevitables relevos que exige la vida humana. Y, que reclama la actividad pública. Sin embargo, debo reconocer que Milei, se sale de esta trampa. Ha planteado, de frente, en su estilo, la necesidad de emitir disposiciones obligatorias para el relevo generacional. Tanto los que están al frente de los sindicatos, como los que hacen ruido desde lo que él, llama la “casta política”. En Argentina los cargos sindicales, son “vitalicios”. Igual que en Honduras. Allá Perón, es eterno.

Emilio Máspero, uno de sus dirigentes nos explicaba, con enorme talento, que la clase obrera no tenía capacidad para renovar sus lideres en la forma que reclama la práctica democrática. Y, para entonces, creímos que tenia razón. Pero al paso de los años, tenemos la impresión que la clase obrera, así como la imaginó Marx y Engels en su relato reivindicador, en su deriva hacia la negación absoluta, debe renovar sus dirigencias para de esa forma, construir nuevos relatos; y, provocar adhesiones de sectores que hasta ahora se muestran tímidos ante los reclamos del mejoramiento de la vida de los más débiles. Porque, como lo ha demostrado la Iglesia Católica y el Ejército – las dos instituciones más antiguas que todavía operan con regular normalidad en el mundo – la renovación, ingreso, avance, ascenso y salida ordenada, son básicas. Aunque el Papa es de nombramiento por vida, se elige a los viejos. Juan Pablo II fue una excepción singular.  Ratzinger, abrió el camino para “bajarse de la cruz”; y, renunciar al papado.  Los obispos lo hacen a los 75 años y los cardenales al cumplir 80, pierden el derecho al voto en los cónclaves en donde se elige al Obispo de Roma. La constitución de 1924, prohibía inscribir candidatos presidenciales mayores de 65 años.

Para los militares, la norma es más estricta. Después de 35 años de pertenencia, se produce el retiro obligatorio. Se come, se limpia la boca; y, se retira. Cuando ocurrió la anormal irregularidad del caudillismo de López Arellano, se produjo una situación que pudo llevar a la desaparición de las Fuerzas Armadas que terminaron, dañadas por el rencor de Carlos Roberto Reina, y disminuidas; reducidas a la condición actual de guardianes de los gobiernos y los partidos políticos.

En la política, es en donde la perpetuidad de los caudillos hace mas daño. En principio, son responsables de la congelación de las fuerzas de la sociedad, el anquilosamiento de las estructuras y del abusivo continuismo, mediante el uso de la fuerza y el capricho. Por medio de las reelecciones, resisten a bajarse del tigre. Si hay que buscar las causas del atraso nacional, se encuentran en las aguas putrefactas del caudillismo, las reelecciones, el irrespeto a la ley; y, el descuido del desarrollo institucional.

Somos tierra de caudillos. A Morazán lo han querido elevar a tan abyecta condición. Pero su respeto por la ley, incluso en el momento de su muerte, evitan la manipulación de los que quieren con su figura, justificar la mezquindad de los caudillos actuales. La lista es larga: Ferrera, Guardiola, Medina, Policarpo Bonilla, Manuel Bonilla, Carías Andino, Zúñiga Huete, López Arellano, Velásquez Cerrato, Carlos Flores, Juan Orlando Hernández, Manuel Zelaya. Más caudillos que, intelectuales. Y, por supuesto, más dañinos. Porque impulsaron las reelecciones, estimularon las guerras civiles; e impidieron el desarrollo de la democracia. La mejor evidencia de esto último es la operación de los partidos que han sido y son, haciendas particulares suyas; y Mel, ha iniciado el peligroso proyecto de instaurar una dinastía familiar que, solo habíamos visto, estupefactos, en Nicaragua.

Milei, que cree mucho en la ley, ha presentado un proyecto para obligar al relevo de las cúpulas sindicales. Aquí también hay que hacer algo para frenar la enfermedad sindical, cuyo primer síntoma es su eternidad en los cargos. Para los políticos, hay que fortalecer la no reelección, cerrando la brecha que inició Zelaya: usar sus parientes, para seguir gobernando. Y a los expresidentes, hay que prohibirles la participación política, negocios o, representación de intereses nacionales o extranjeros. Porque si no hacemos nada, el país se nos irá deshaciendo entre las manos, como arena en el mar, bello y mecánico, bajo el sol.

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