Trump se prepara, sin esconder sus objetivos, a expulsar a los migrantes ilegales. A México, al Caribe anglófono, Panamá o Colombia. Los elegidos para manejar el tema son todos de probada dureza, leales al gobernante y con poca simpatía por los latinoamericanos especialmente. Porque, aunque hay más de cien nacionalidades implicadas, Trump y su equipo solo señalan a los hispanos, eufemismo generalizador entre los que se incluye a mexicanos, salvadoreños, hondureños, nicaragüenses, guatemaltecos, cubanos, haitianos, venezolanos, ecuatorianos, peruanos y bolivianos.
La mandataria de México ha integrado un equipo de alto nivel para estudiar el asunto, dando declaraciones al respecto y llamando por teléfono a Trump para mostrarle su disposición a negociar. Y ha dicho que cuando se produzca la expulsión de inmigrantes ilegales, México solo recibirá a sus nacionales, con lo que Estados Unidos tendrá que buscar un tercer país a donde irán a parar, entre otros, muchos miles de compatriotas.
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El Gobierno de Honduras no ha dicho esta boca es mía, el silencio del canciller Reina es sepulcral. Le interesan más los asuntos cubanos que los hondureños. La presidente Castro, en su último discurso, no se refirió, ni de pasada, al asunto. Parece que no le preocupan los migrantes, no les da importancia a las remesas e ignora el valor económico y político que tienen para el futuro hondureño. Más bien con su silencio confirma que no le interesa la seguridad de sus compatriotas, la felicidad de la ciudadanía y mucho menos el bienestar de la población hondureña.
Los hondureños en Estados Unidos son aproximadamente 1,456,000 compatriotas. En el interior de Honduras esperan y se preocupan por ellos una cantidad de 800,000, de los que 500,000 son electores que tendrán que asumir una postura frente a un régimen que les pida el voto; pero que irregularmente no se preocupa de su seguridad en el exterior. Es decir, este tema de la inseguridad de nuestros compatriotas en el exterior no solo tiene un valor de salud institucional –porque su residencia le quita presión al conflicto social hondureño–, sino que además por la importancia de los envíos que hacen a sus familiares, convirtiéndose en el sector más importante del PIB nacional.
De forma que tenemos que reaccionar sobre su seguridad en el exterior. Para lo que el Gobierno debe desarrollar una postura bipartidaria y prepararse a negociar con los Estados Unidos. No es cierto que estemos en absoluta desventaja. Nuestro problema es la ausencia de negociadores.
“Nuestros” líderes se comportan más bien como labiosos ladinos que como representantes dignos de un pueblo que, pese a su pobreza, es de elevada nobleza. Que, además, hace aportaciones a la defensa del sistema democrático, en la construcción de la seguridad hemisférica y capacidad para involucrarse en caso necesario en la defensa de los intereses continentales que defienden los Estados Unidos.
El problema es que, por la falta de diplomáticos hábiles e inteligentes trabajando por Honduras, lo que tenemos son personas que gozan de poco respeto, o les faltan conocimientos y habilidades para representar a Honduras. El servicio exterior está lleno de activistas, mientras lo mejor de nuestra diplomacia está arrinconada o fuera de la Cancillería. Y la presidente Castro no tiene un discurso que vaya más allá de lamentos partidarios, la protección de sus familiares y su analfabético anti “gringuismo”, que en vez de hacernos bien nos provoca muchos problemas.
De forma que la alternativa es que dentro de un año cambiemos el Gobierno, tengamos nuevos negociadores y los gringos amenazantes tengan enfrente a alguien que responderá inteligentemente si nos irrespeta. Porque si nos amenazan, tenemos capacidad para responder valientemente, con la cara levantada.