En la aureola de la juventud y la novedad, los salvadoreños creyeron que con Bukele llegaba la primavera. Y que la renovación tendría la fuerza nueva y el talento de la juventud, sin compromisos con el pasado. Pero Bukele ha sido la sorpresa. No solo ha traído y renovado lo peor del sistema para reaccionar en contra de la soberanía popular, sino que ha usado la fuerza de la juventud para desenterrar lo peor del pasado centroamericano, lo pútrido del oportunismo político; y, lo más odioso de la perversidad humana.
Aunque Centroamérica pareció recuperarse, eliminando la esclavitud al principio de la República, a mediados del siglo antepasado, se fortalecieron los mecanismos infames que permitieron la subordinación y el sometimiento a los dueños de las fincas cafetaleras. En Guatemala, y en El Salvador. Porque las clases políticas de cada una de esas parcelas, no tuvieron imaginación y fuerza para reflexionar y buscar las alternativas de un capitalismo moderno, mas allá del mercantilismo en que el Estado, fuera el patrón y la figura en la cual se escondieron los peores intereses en contra de la humanidad. Incluso expresiones modernas, como las Fuerzas Armadas, fueron cooptadas por las elites políticas para que se convirtieran en guardias pretorianas para proteger la dominación sobre los peones, y los brotes de emergencia burguesa que se produjeron de vez en cuando en los valles de las repúblicas de opereta de la región. Y cuando estas se independizaron, la revuelta popular fue enajenada, porque, aunque llego al poder, no pudo enfrentar las emboscadas del poder y sus tentaciones.
Viejos y jóvenes, revolucionarios y conservadores, fracasaron en su capacidad de ofrecer soluciones. Por ello, la fatiga y la inmadurez política de las nuevas generaciones, desesperadas aceptaron, con mucha naturalidad, cualquiera fuera la formula, con tal que dieran resultados. Sin darse cuenta que, por la preeminencia de los resultados, se daba la autorización para que se usara cualquier medio. Fue tarde, cuando se dieron cuenta – especialmente los hondureños y los salvadoreños – que el fin no justifica los medios; pero que sirve para engañar a los más ingenuos.
Los salvadoreños, bajo el liderazgo de Bukele, que emociona a muchos hondureños, por su mesianismo cercano y por su engañosa simplicidad, son los segundos centroamericanos que caen en la trampa. Primero fueron los nicaragüenses que fueron engañados por el sandinismo, resonante y alegre. Ahora son los salvadoreños que, inocentes, después de pasar de la seca a la meca, probando entre derechistas y revolucionarios, los que se entregan al nuevo mesías al que, solo le reclaman resultados: pero que las reglas las establezca él.
Bukele, ha tomado el postigo. Sensible, inteligente y hábil, ha entendido que puede lograr lo suyo, dándole a sus compatriotas lo que ellos creen que necesitan: seguridad y tranquilidad, para dormir con las ventanas abiertas. Bukele, buen comerciante que mezcla el talento del chaman centroamericano y el jinete oriental, ha levantado la mano; y, dejándose la barba para que crean que es una nueva versión de Morazán, aunque irrespetando el discurso legalista de este, dijo que sí; pero con la condición que debe estar en el poder el tiempo que quiere y con sus reglas para mantener sometida la voluntad ciudadana. Y estos han dicho que sí. Respondió diciendo aquí estamos otra vez, ante un pueblo que renuncia a sus libertades a cambio de seguridades, sin importar el precio que paga por ello.
El espectáculo es doloroso. Toda la tradición de los juristas salvadoreños que los llevaron a las más grandes cortes internacionales, ha caído por los suelos. Y las garantías mínimas del proceso judicial, han caído por los suelos. La seguridad jurídica ha volado por los aires y la defensa de la vida, esta severamente comprometida. Nadie puede estar tranquilo ahora, nadie tampoco podrá dormir tranquilo. Porque, aunque es el tiempo del dolor para el vecino, pronto, al paso que vamos, nos tocara a todos. Primero a los salvadoreños. Y después, a los demás centroamericanos que, no nos merecemos tal castigo. No hay porque entregar libertad y derechos a cambio de seguridad. Eso es terrible y doloroso. Un atraso y una desgracia para todos. Después de los salvadoreños, seguiremos los hondureños. Y, los guatemaltecos, que también hacen filas tras los caudillos irrespetuosos de la ley que, ofrecen dulces y piñatas de colores.