La reciente cancelación de 1,500 organizaciones sin fines de lucro en Nicaragua, muchas de ellas iglesias evangélicas, marca un nuevo y oscuro capítulo en la represión sistemática que ha caracterizado al régimen de Daniel Ortega. Este ataque no es un hecho aislado, sino parte de una estrategia más amplia de control y dominación que comenzó con la persecución implacable de la Iglesia Católica, la primera en ser atacada y que continúa siendo la más perseguida. Sin embargo, lo que queda claro es que las iglesias evangélicas tampoco están a salvo de la furia de Ortega y Murillo, quienes no toleran ninguna expresión de fe o independencia que escape a su control absoluto.
El cinismo del régimen no tiene límites. Por un lado, promueve con gran despliegue la celebración del Día de la Biblia en septiembre, mientras por otro lado destruye a las mismas iglesias que predican ese mensaje sagrado. Este doble discurso es una clara manifestación de la hipocresía del régimen, que utiliza la religión como una herramienta política para manipular la fe de los nicaragüenses y consolidar su poder, al tiempo que aniquila sin piedad a las instituciones religiosas que se niegan a arrodillarse ante su tiranía.
El ataque a las iglesias evangélicas, al igual que la persecución constante contra la Iglesia Católica, evidencia que en Nicaragua no existe ningún espacio de libertad que sea tolerado.
Para los nicaragüenses, la represión es un recordatorio cruel de que ningún sector de la sociedad civil, ya sea religioso o secular, está exento de la violencia y el control totalitario del régimen. La perversidad de Ortega y Murillo no tiene límites, y su objetivo es claro: silenciar a toda voz que se atreva a proclamar la verdad o a desafiar su poder.
Frente a esta brutalidad, la comunidad internacional no puede permanecer en silencio ni ser cómplice con su inacción. Es imperativo que se condene con la mayor firmeza este ataque despiadado contra las distintas iglesias y contra toda forma de fe y libertad en Nicaragua. Las instituciones basadas en la fe han sido, y seguirán siendo, pilares fundamentales en la lucha por la dignidad y los derechos humanos en nuestro país. No podemos permitir que la dictadura de Ortega y Murillo destruya estos espacios sagrados de resistencia y esperanza.
La historia nos ha demostrado que la represión no puede sofocar indefinidamente el anhelo de libertad de un pueblo. Nicaragua, con su rica tradición de fe y resistencia, no será la excepción. Las iglesias y la sociedad civil continuarán siendo baluartes de dignidad y coraje, enfrentando con valentía la tiranía. Y es nuestra responsabilidad, como defensores de los derechos humanos, alzar la voz y apoyar a aquellos que, a pesar de todo, siguen luchando por un futuro libre y justo para Nicaragua.