Quizás, no sea mañana, pero es evidente que el jarrón que carga el dictador designado Miguel Diaz Canel está quebrado y puede romperse en cualquier momento. El pueblo, está más que harto de 65 años de opresión, y está tomando conciencia de que tiene derecho a una vida mejor.
Los oprimidos, están hartos, y como genios dentro de una botella, la furia les hará romper el estrecho cerco del totalitarismo y quien sabe lo que pueda ocurrir con quienes lo han sostenido durante décadas. Dicho sea de paso, las dos últimas grandes protestas en Cuba se produjeron un domingo me hizo notar mi esposa, así que, tal vez, el totalitarismo haga mutis un domingo negro para ellos y prístino para todos los que amamos la libertad.
Debemos recordar que este sujeto heredo el poder por no tener columna vertebral. En un gobierno de indignidades demostró ser mas lacayo que Roberto Robaina o Felipe Pérez Roque, de quien Fidel Castro llego a decir que era quien mejor interpretaba su pensamiento y aun así lo defenestró, por eso vale preguntarse, hasta dónde llego la sumisión de Miguel, que se quedó a cargo del cuartel en el que los hermanos Castro convirtieron a Cuba.
Don Miguel no detenta el poder por su coraje o talento, razón por la cual es de suponer que los históricos, los moncadistas, tengan sus reservas cuando la situación se ponga color de hormiga, una expresión popular en Cuba cuando las circunstancias se están complicando
En la Isla hay un antecedente que no debe olvidar. El 4 de septiembre de 1933, militares, estudiantes y profesores se unieron para propiciar la caída del régimen que sustituyo la dictadura de Gerardo Machado y Morales, no esta de mas esperar que unos militares con apoyo de la población acaben con tanta ignominia y servidumbre.
Esta protesta, en mi apreciación, son más relevante que la del 11 de julio. Aquel glorioso día fueron mayoritariamente jóvenes los que irrumpieron en las calles reclamando libertad, el empuje de la juventud, sometida por demasiado tiempo, es mas que esperado, sin embargo, en esta protesta evalúe que la edad de los manifestantes era mayor, un síntoma que debe alarmar profundamente a las altas esferas del castrismo, porque cuando los padres de familia asumen la responsabilidad de correr riesgos, es un síntoma de desesperación muy serio.
Todos pudimos ver y escuchar a los reclamantes gritarles a cuatro esbirros que en su huida se encaramaron en una azotea, que ninguno de ellos había sido elegido por el pueblo. En otra protesta, oí a un grupo de compatriotas entonar un párrafo del himno nacional que clama, “Al combate corred bayameses, no temáis una muerte gloriosa”, en esta ocasión, no sentí la sumisión al totalitarismo de otras veces, todo lo contrario, aprecié la voluntad de ese pueblo de acabar más temprano que tarde, con la opresión.
Es indiscutible que algunos protestantes participaron por el hartazgo de la escasez y miseria que padecen desde hace décadas, pero muchos más lo hicieron, igual que el 11 de Julio, en reclamo de sus derechos, exigiendo un cambio político en el país de todos.
Salvando la distancia histórica tal parece que los residentes de la mayor de las Antillas se aprestan para tomar su Bastilla, mejor dicho, el Palacio de la Revolución y no lo digo por simple entusiasmo, sino porque al menos algunos de ellos lo perciben así, como se observó cuando el esbirro Humberto López Suarez, repitió en el programa que le concede el castrismo por su destacada vileza, las mismas amenazas que Fidel Castro y sus voceros repiten desde el nefasto primero de enero de 1959.
López, continúa metiéndole miedo a los cubanos con Estados Unidos, a pesar de que son muchos los sobrevivientes en la Isla, las penurias son tantas que solo viven los más serviles al totalitarismo como el propio López, que están deseosos de abandonar la revolución para venir a vivir este país o cualquier otro.
Nadie se cree el cuento de que la reinstauración de la democracia en Cuba va a significar mas pobreza y miseria para la población. Los que están protestando se encuentran por debajo del nivel de miseria, que más miedo le van a meter a quien no posee nada.