Aunque han transcurrido ocho años de su muerte, debemos reconocer que su infausto legado sigue en pie, el régimen totalitario que edificó ha sido exitoso en el único propósito de vida de Fidel Castro, la toma y conservación del poder absoluto.
El dictador cubano gobernó como un faraón del Egipto del Imperio antiguo. Poder dominante, decisión sobre la vida y hacienda de sus súbditos y una proyección imperialista que solo aceptaba el sometimiento de sus vecinos.
La primera Constitución del totalitarismo en 1976 fue elaborada para institucionalizar su voluntad, pudiéndose apreciar a plenitud esta consideración cuando los legisladores castristas por orden de su soberano Fidel, ante la gestión exitosa del proyecto Varela que dirigió Osvaldo Payá, decidieron enmendar la Constitución declarando que el socialismo, léase totalitarismo, era irrevocable.
Castro, para desgracia del pueblo cubano tuvo una vida larga e improductiva y para que su herencia fuese aún más lastimosa, el totalitarismo le ha sobrevivido por haber sido capaz de transferir a sus seguidores, la maldad e ineficiencia que le caracterizó en vida.
Fidel Castro ha sometido a Cuba y los cubanos, para nuestra vergüenza, por más de seis décadas y media. Su mandato supremo se extendió por 49 años, convirtiéndolo en el gobernante que más tiempo ha usufructuado el poder en los siglos XX y XXI. Cierto que el eterno deterioro del sistema se ha profundizado, se aprecia irreversible y con un final anunciado, pero la agonía extendida hará aún más desastroso el final para la ciudadanía.
Quizás el dictador designado, Miguel Díaz Canel, sea el enterrador. Ojalá sistema y tránsfugas sean sepultados juntos, pero no podemos desconocer que el futuro de la nación está muy amenazado y corroído por las enseñanzas y prácticas del totalitarismo.
El totalitarismo se dio nuevas leyes. Las parodias de procesos legales permitían asesinatos públicos. Se fusiló en parques, cementerios y patios de las escuelas. Se militarizó la sociedad. Se implantó el terror. Se impuso un paradigma que promovía el odio y el tableteo de las ametralladoras para resolver las diferencias. Las bases culturales y morales de la nación, como parte de un plan nacional que pretendía recrear la conciencia ciudadana, fueron quebradas para introducir nuevos valores y dogmas que han dejado en muchos ciudadanos una falta de principios éticos que los conduce a lidiar con una bancarrota moral.
La crisis de civilidad entre los cubanos es muy profunda. Las normas de convivencia, respeto a las discrepancias y hasta las de urbanidad han sido execradas por el gobierno durante más de 65 años, situación que se aprecia en la gestión de amplios sectores de la población, incluidos algunos de los que rechazan al régimen.
La educación en general fue sustituida por la cultura del barracón, quien posee el garrote mayor tiene la razón. El régimen hizo pública su intención de crear un hombre nuevo. Les negó a los padres el derecho a participar en la formación de sus hijos. Impuso la norma de trabajo y escuela, imponiendo la disfuncionalidad de la familia.
Las secuelas de un sistema excluyente como el impuesto en Cuba son muy perniciosas. Los civilistas de la isla tienen un gran trabajo por delante. Tendrán que afanarse muy fuerte para cambiar la mentalidad de una amplia porción de la población. Laborar para que los ciudadanos adquieran conciencia de sus derechos y deberes.
Numerosos ciudadanos, específicamente los que se identifican con la dictadura, tienden a ser violentos con quienes difieren de sus puntos de vista. No aceptan las rivalidades, rechazan el diálogo o el debate, la fuerza es el principal argumento en la promoción del modelo político que defienden, lo que ha incidido en el aumento de la delincuencia, que, a pesar de la brutal represión, no ha sido controlada.
Los partidarios del castrismo actúan como si estuvieran defendiendo una religión. Acertado estuvo el escritor José Antonio Albertini cuando calificó al régimen cubano de ser una autocracia más genuina que la de Irán, ya que contó con un dios viviente en la figura de Fidel Castro y un sacerdote mayor encarnado por su hermano Raúl.
La herencia de Fidel Castro está compuesta por un inmenso prontuario policial. Sus crímenes de sangre fueron muchos, pero los más devastadores han sido el daño antropológico a las nuevas generaciones de cubanos, como ha denunciado Dagoberto Valdés.