Me gusta el fútbol. Aunque mi padre Juan Martínez me lo prohibía, — “porque no te ganarás la vida con los pies, sino con la cabeza”—. Me gusta seguirlo en la televisión; y leer a los periodistas españoles y argentinos que escriben sobre él. En las últimas tres semanas, he seguido, los partidos de la Eurocopa en Alemania; y la “Copa de América” que se juega en Estados Unidos.
El fútbol tiene un encanto particular. Es un ejercicio democrático, donde dos grupos iguales, se enfrentan; en un escenario libre, usando tácticas y una estrategia clara, en la cual para ganar hay que doblegar al adversario; y, meterle más goles. En el que, el juez o árbitro, tiene un poder superior, por encima del público que, aunque por haber pagado su entrada, pareciera, el dueño de la fiesta. Pero no ocurre así. Cuando algunos espectadores asumen conductas inapropiadas, este juez implacable, puede, incluso suspender el partido; o castigar al equipo, cuya hinchada, ha exhibido conductas poco éticas, según su juicio particular.
Me gusta, además, porque repito, puedo leer a los escritores deportivos. El favorito; Jorge Valdano: estilo exacto que recuerda a Borges, con analogías que muestran sus lecturas y reflexiones; y, sus atrevimientos filosóficos, sobre el ser humano, valores, grandezas; mezquindades y pequeñeces. Encontrar de la mano de Valdano, explicaciones al desempeño de los jugadores, valorando la capacidad física; y, lo que me parece más interesante, las tomas de decisiones, en segundos; y sin esconder responsabilidades, porque siempre buscan lo mejor, aunque, no consiguieran el gol, el clímax de la velocidad y el talento, que hacen pedazos las gargantas emocionadas de los espectadores. Por supuesto, me parecen admirables los equipos, — un ballet, hombres fornidos, veloces y sudorosos–, detrás de una pelota redonda que rueda vertiginosa sobre el verde césped de los hermosos estadios del mundo.
Por oficio, me gusta el fútbol por democrático y popular. A España lo llevaron los ingleses. Aquí, tiene un olor a barrio, a gente humilde, a pueblo. Confirma que los ciudadanos —jugadores–, son iguales; obligados a actuar bajo reglas parecidas y con claros objetivos, por tiempo fijo. Con claras obligaciones éticas, con un juez implacable, cuya fuerza ha sido aumentada por el VAR, pese a restarle emoción al goce del gol, que, en el fondo, es la esencia, por la que se valora un partido. Sin goles, es una belleza sin picardía, una fiesta sin música; o una ceremonia nupcial, sin vino. Aprecio la igualdad sin favores para nadie. Ni derechos por raza, sexo o nacionalidad. Todos en la cama; o todos en el suelo.
Quisiera que la política fuera igual. El público, el gran personaje; pero no el más importante, al que se le da el encanto de la fiesta, el talento de sus actores y la prueba de fuego de los entrenadores. Pero, lo mejor, la justicia. Los juicios de los narradores, señalando por sus nombres a los protagonistas, celebrando sus cosas y censurando sus actos. Todo, en directo. Sin miedo. En libertad.
Recuerdo las exageraciones de Mito Anduray, las metáforas de Flores Paz, la dicción de Nahúm Valladares y la lingüística española de Milo Caballero. Sin caer en la literatura del disimulo; con piropos, sólo reservados a los mejores, que exhiben su talento insuperable, sobre el pulido césped de las canchas. Los únicos que perduran son los que dan resultados, mostrando talentos; y entregándole al público, lo mejores goles y sus proezas físicas extraordinarias. Aquí, el único caudillo, fue el “Káiser” Beckenbauer, que con su liderazgo y sus habilidades eran un regalo para los espectadores.
Los “caudillos” hondureños, no jugaron fútbol: Medina, — no lo conoció – a Carías, no le gustaba. López Arellano, Mel Zelaya, Juan Orlando Hernández, Carlos Flores y Asfura, no se sometieron a la vergüenza de una silbatina; o, a una “mentada de madre”, en una mala tarde que, el público disgustado expresara su soberana voluntad.
Estoy contento, viendo a españoles, brasileños, turcos, argentinos, gringos, ticos, panameños, austríacos, holandeses, franceses, alemanes y portugueses, corriendo, dando lo mejor; incluso, llorando como Ronaldo Cristiano, impotente, frente al talento del portero que le impidió, celebrar un gol que todos querían corear en su honor.
Sueño que algún día, la política hondureña, sea tan democrática, como el fútbol. Sin caudillos, en sociedades bajo el liderazgo de los mejores; todos obedeciendo a los jueces probos; y, dirigidos por talentosos y obedientes servidores.