Recientemente, la vicepresidenta de Nicaragua, Rosario Murillo, anunció el beneplácito otorgado al nuevo embajador de Alemania, Karsten Warnecke. Este gesto diplomático llega después de un periodo de tensiones palpables entre ambos países, subrayadas por la demanda desestimada de Nicaragua contra Alemania en la Corte Internacional de Justicia. Este movimiento podría interpretarse como una mera formalidad diplomática, pero subyace una narrativa mucho más profunda y, ciertamente, preocupante sobre la política exterior del régimen Ortega-Murillo.
La administración Ortega ha desarrollado una política exterior que podría calificarse de “amistades peligrosas”. Su enfoque está marcado por un antiamericanismo y una postura antidemocrática que favorece las alianzas con regímenes autoritarios como Rusia, Corea del Norte, Irán y China, en detrimento de las relaciones con democracias consolidadas. Este aislamiento autoimpuesto hacia potencias occidentales no solo refleja una visión miope y desactualizada de la geopolítica global, sino que también daña significativamente los intereses económicos y sociales de Nicaragua.
En un mundo ideal, donde Nicaragua fuese una democracia genuina, sus relaciones exteriores se inclinarían naturalmente hacia países que son referentes de desarrollo económico y social. Naciones como Alemania, Corea del Sur, los Estados Unidos y los países nórdicos deberían ser aliados estratégicos, no adversarios diplomáticos. Sin embargo, la obsesión de Ortega por alinear Nicaragua con dictaduras muestra una desconexión alarmante con las realidades y necesidades de su pueblo.
Con respecto a Alemania, su enfoque hacia Nicaragua sigue siendo uno de pragmatismo y responsabilidad. A pesar de las provocaciones de Ortega, Alemania continúa comprometida con fomentar las relaciones comerciales y diplomáticas, y apoyar iniciativas de desarrollo sostenible. Esta postura es vital no solo para la cooperación internacional sino también para el bienestar de la comunidad alemana en Nicaragua y las empresas de ese país que operan allí.
Además, es crucial no ignorar la influencia nefasta de Rusia en la política exterior nicaragüense bajo Ortega. La demanda contra Alemania no fue más que un acto de teatro político, alimentado y posiblemente coordinado con intereses rusos, como lo demuestran las acciones sincronizadas de los medios rusos en contra de Alemania cuando se anunció la demanda. Esto no es solo un reflejo de la sintonía ideológica entre Ortega y Putin, sino también de una estrategia más amplia para desestabilizar y desacreditar a las democracias occidentales.
En conclusión, mientras que Alemania y otras democracias mantienen una política de puertas abiertas y diálogo constructivo, el régimen de Ortega persiste en una ruta de confrontación y aislamiento. Esta política no solo es perjudicial para Nicaragua, sino que también representa un lastre para la estabilidad y prosperidad a largo plazo del país. La comunidad internacional debe permanecer vigilante y continuar apoyando los valores democráticos y los derechos humanos en Nicaragua, a pesar de los desafíos que esto conlleva.