“La tumba de Lenin y el Café Puskin”

Por Juan Ramón Martínez, académico hondureño

Diputados hondureños de paseo por Rusia.

La revolución rusa, consolidada por el “golpe de estado” de Lenin contra Kérenski, ilusionó al mundo. Un régimen, en manos de los trabajadores, sustituyendo a la burguesía dueña del capital, la tecnología y las redes de comercialización, hizo pensar en América Latina, que se había iniciado la construcción de una sociedad igualitaria, en la que se suprimiría, para siempre, “la explotación del hombre por el hombre”. El cielo ofrecido por los cristianos, los bolcheviques de Lenin, Trotsky y Stalin, lo construían en el lugar menos esperado: en la Rusia de los zares. Contradiciendo las anticipaciones de Marx y Engels que creían que la revolución, se produciría en Inglaterra; o, en Alemania. Porque para pasar al socialismo y a la etapa comunista había que transitar por el capitalismo. Rusia, era la monarquía europea más campesina; más subdesarrollada, entonces.

En los años veinte en Honduras, donde eran prohibidos los sindicatos, la alternativa que se les ocurrió a los “socialistas” catrachos, fue el mutualismo. Ángel Moya Posas, periodista de la Costa Norte, director de El Atlántico de La Ceiba, se convirtió en el adalid de este movimiento. Todos eran trabajadores, especialmente los maestros, los periodistas, los artesanos y los intelectuales. Se organizaron mutuales en Ceiba, Tela, Progreso, Puerto Cortés, Trujillo y Olanchito. Incluso, se planeó una federación de organizaciones mutuales que, por la guerra civil de 1924, no pudo tener un punto de creación que habría sido muy importante para la vida nacional. Algunos políticos, como Cálix Herrera, fueron más adelante. Sin ser obreros; sin patronos ante los cuales reclamar, crearon organizaciones partidarias comunistas; e incluso, se postuló como candidato presidencial, sin encontrar eco, como era natural, entre los electores. Desde finales de la década de los treinta, la Unión Soviética, el nuevo estado creado por Lenin, se alió con las potencias occidentales, para enfrentar a Hitler y a los japoneses de Hirohito. Todos, entonces se creían “socialistas”. La pregunta de José Martínez, el maestro barbero de Olanchito militante liberal, dirigida a Mauricio Ramírez, líder nacionalista que, si se había dado cuenta que todos, en algún momento “habíamos sido comunistas”, me impresionó siempre.

En 1946, todo cambió. Se produjo la competencia entre Occidente y la Unión Soviética. Dividió las zonas de influencia; empezó la guerra fría. La URSS, se tomó, media Europa; e, incluso, terminó compartiendo Berlín con las potencias occidentales. Y aunque cada potencia, tuvo su territorio, no faltaron los intentos de invadir el ajeno; o, la zona de influencia de la otra. Los partidos comunistas de América Latina, eran agencias de contención de la URRS, de forma que, con la excepción de Brasil y Cuba, todos los marxistas fueron obedientes y respetuosos de los órdenes políticos burgueses. Era tal que, en los pasaportes, había una mención en la que se decía que el documento no era válido para viajar a las naciones comunistas. Y para hacerlo, la vía era México. Las autoridades soviéticas que pagaban el viaje, no señalaban en el pasaporte que se había visitado a Moscú, Berlín, Praga, Budapest o Belgrado. El PCH, reclutó estudiantes para que viajaran a estudiar a los países del bloque socialista. Otros hicieron turismo en festivales de la juventud y la paz. Los más pobres, fueron enviados a hacer estudios universitarios. Muchos se hicieron profesores al regresar y practicaron un marxismo académico, muy sosegado. Algunos que fueron engañados, ingresaron a las Fuerzas Armadas. Otros concluidos sus estudios, al regresar discretamente, puesto que nunca fueron comunistas, se reintegraron a la vida nacional. Varios hicieron carrera política: uno fue ministro, otro vice alcalde de SPS; y el ultimo, técnico en agricultura y ganadería. Para lograrlo, nunca dijeron que fueran comunistas. Ahora, algunos lo gritan, para buscar empleo en el gobierno “socialista” de los Zelaya.

A estas horas, 17 diputados – de Libre, “liberales”, “nacionalistas” y la DC, hacen turismo en Moscú, con gastos pagados por el pueblo hondureño. Deben haber visitado la Plaza Roja; tomado vodka en el Café Puskin; y “orado” ante la momia de Lenin, en las murallas de Kremlin. Alguno debe haber llorado, ante el cadáver del “fundador” del socialismo, como contara Carlos Montoya que lo hiciera, un liberal que fuera ministro de Suazo Córdova. “No pude evitarlo, era joven”, me dijo, excusándose.

Camaradas diputados: quédense allá. Deben ayudar a Putin. Enséñenle democracia.  Aquí, no hacen falta.

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