La violencia no es el camino en Nicaragua

Por Félix Maradiaga, expreso político nicaragüense, presidente de la Fundación Libertad

Desde las protestas de 2018, la dictadura Ortega-Murillo ha obligado al exilio a cientos de miles de nicaragüenses.

En la historia de Nicaragua, hemos visto repetidamente que la violencia armada no es el camino adecuado para construir una nación democrática y próspera. Cada vez que un régimen ha sido derrocado por medio de las armas, el nuevo régimen que surge no solo fracasa en cumplir con las promesas de libertad y justicia, sino que resulta ser más opresivo que el anterior.

La violencia, por su propia naturaleza, engendra más violencia y resentimiento. Las armas pueden derrocar a un dictador, pero no pueden crear las instituciones democráticas que son necesarias para una sociedad justa y libre. Las transiciones de poder mediante la fuerza armada tienden a consolidar una cultura de autoritarismo y desconfianza, donde el poder se concentra en manos de unos pocos, y los derechos de la ciudadanía son sacrificados en nombre del nuevo proyecto. No debemos alimentar ese pensamiento.

En Nicaragua, hemos visto cómo la revolución de 1979, que prometía un futuro de democracia y bienestar, se transformó rápidamente en un régimen perverso y autoritario bajo el mando del FSLN. Los métodos violentos utilizados para derrocar a Somoza no solo dejaron cicatrices profundas en la sociedad nicaragüense, sino que también establecieron un precedente peligroso de que el poder se obtiene y se mantiene mediante la fuerza bruta.

Una verdadera democracia no se construye con balas, sino con una nueva cultura política enfocada en el fortalecimiento de instituciones que representen y protejan a todos los ciudadanos.

La paz y la justicia duraderas solo pueden surgir de procesos pacíficos y participativos, donde se respeten los derechos humanos y se fomente la inclusión de todas las voces en la toma de decisiones.

Nicaragua necesita un cambio, sí, pero no a través de la violencia. Necesita un compromiso renovado con los principios democráticos, donde la lucha sea por la palabra, por el voto y por el respeto mutuo. Solo así podremos romper el ciclo de violencia y construir una nación donde la justicia y la libertad no sean solo promesas, sino realidades tangibles para todos.

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