Bernardo Arévalo cumple un año de gobierno en lucha contra la corrupción y bajo ataques opositores

Al mandatario guatemalteco le ha tocado nadar en un mar donde las corrientes son fuertes y donde los barcos de los corruptos bombardean sin cesar. En medio de la incredulidad de sus detractores, que son mucho, cumple su primer año de gestión entre la insatisfacción de la sociedad.

César Bernardo Arévalo de León ha tenido un año rocambolesco. Le ha tocado, desde el 14 de enero de 2024 (en realidad, desde el 15 de enero, porque aunque formalmente su primer año de gestión se cumple este martes, él asumió la presidencia de Guatemala la madrugada del 15 de enero del año pasado por esas fuerzas “corruptas que tienen cooptado el Estado”, como acostumbra decir), nadar en aguas llenas de pirañas políticas que ni tienen compasión ni paciencia y tampoco dan espacio para el beneficio de la duda.

Con un país plagado de corrupción y donde el crimen, organizado y común, florece con mucha facilidad, este diplomático, sociólogo y escritor reconoce que la nación más poblada de Centroamérica ha avanzado, pero no como los guatemaltecos quieren ni esperaban.

En un año, justificó este lunes, no se acabará la corrupción en Guatemala. Y tiene razón, pero las sociedades no esperan que las gobiernen por la razón, sino con base en buenos resultados.

La promesa de cambio y renovación que impulsó su ascenso al poder se ha visto confrontada por la cruda realidad de un sistema profundamente arraigado en la impunidad, el revanchismo, las emboscadas y los ataques por todos los flancos.

Uno de los principales retos ha sido la lucha contra la corrupción. El presidente Arévalo ha reconocido que el problema está enquistado en el Estado y ha emprendido acciones para combatirlo, presentando más de 200 denuncias ante el Ministerio Público gracias al trabajo de fiscalización de los ministerios y la Comisión Nacional contra la Corrupción. 

Sin embargo, este esfuerzo ha sido obstaculizado por la resistencia de actores poderosos dentro del sistema, como la fiscal general Consuelo Porras, su enemiga declarada, cuya oposición ha limitado la capacidad del gobierno para implementar reformas efectivas.

En materia de seguridad, la ciudadanía ha expresado descontento por la falta de avances sustanciales. La percepción de inseguridad persiste y la demanda de mayor protección frente al crimen organizado sigue siendo una prioridad insatisfecha. 

El presidente ha reconocido estos desafíos y ha prometido continuar combatiendo el crimen en sus diversas manifestaciones.

En el ámbito económico, analistas destacan la necesidad urgente de reactivar el empleo, fomentar la inversión y promover el crecimiento económico. 

La empresa privada, que le respaldó previo a la toma de posesión, cuando casi sucumbía su llegada al Ejecutivo, se puso exigente, crítica, ácida y exigente en los últimos meses.

Se sabía, o se intuía, que eso ocurriría, porque un liberal o socialdemócrata, como se autodefine el mandatario, no necesariamente compagina con un empresariado acostumbrado a tener mucha más incidencia en las gestiones de país de lo que cualquier gobernante quisiera.

Además, la gestión del presupuesto más alto en la historia del país representa una oportunidad para implementar cambios significativos, pero también un riesgo si no se administra con eficacia.

El gobierno ha reportado logros importantes, como el abastecimiento del 92 % en los 48 hospitales nacionales, una mejora histórica en el sistema de salud. 

Sin embargo, estos avances no han sido suficientes para disipar la percepción de ineficacia en otras áreas clave.

La gestión de Arévalo enfrenta el desafío de demostrar que la honestidad y la transparencia pueden traducirse en resultados concretos. 

La ciudadanía espera ver cambios tangibles en infraestructuras, educación, salud, seguridad y desarrollo económico. 

La falta de resultados podría generar una desilusión comparable a la provocada por gobiernos corruptos, perpetuando el escepticismo y la desconfianza en la clase política.

El segundo año de gobierno, de 4 para los que son elegidos los mandatarios en Guatemala, será decisivo. 

La administración de Arévalo debe enviar mensajes claros de unidad nacional y conformar un gabinete más efectivo para implementar políticas públicas que respondan a las necesidades de la población. 

La historia reciente de Guatemala exige resultados y la oportunidad de materializar la promesa de cambio es ahora. 

El futuro del país dependerá de la capacidad del presidente y su equipo para transformar sus buenas intenciones en acciones concretas que impulsen el desarrollo y la estabilidad nacional.

Hoy, Bernardo Arévalo rinde su informe en el Congreso de la República, donde su representación política es minoritaria (sólo 23 de 160 diputados) y donde el partido no sabe si es partido o una representación independiente (por eso de las cancelaciones y por los ataques viscerales de “los corruptos”).

Le ha llamado “la primera cosecha”. Es seguro que mencionará su reunión con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, quien está por cederle la Oficina Oval a Donald Trump, algo que genera muchas expectativas en un gobierno de centroizquierda.

La oposición ya lanzó sus dardos. Ha descalificado la gestión. Eso es normal en la polarizada Guatemala, aunque las críticas no necesariamente son falsas o inexactas.

Arévalo aún tiene todavía 3 años para demostrar si puede cumplir lo que prometió.

 

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