Al aspirante presidencial Carlos Pineda, el hombre cuya candidatura está suspendida en Guatemala, al menos por el momento, no le bastan las polémicas en las que ya vive, sino que cruzó una frontera, la que divide su país con El Salvador, para pararse frente al monumento a uno de los más emblemáticos “asesinos” de la derecha del país, Roberto d’Aubuison, para grabar un video para sus redes sociales.
Con aires de hombre profundo, el político, el del lápiz, el de Prosperidad Ciudadana, al que durante mucho tiempo han vinculado con “fuerzas oscuras e ilegales” en su país, se paró en una plaza pública de Antiguo Cuscatlán, uno de los 14 municipios que conforman el Gran San Salvador, y dijo: “El arma más poderosa de los hombres libres es el voto. Es lo que existe ahorita, para que podamos los hombres libres decidir el futuro de nuestra patria.”
Parafraseó lo escrito en el monumento a d’Aubuisson, el hombre que para la Comisión de la Verdad de las Naciones Unidas (el grupo que investigó los crímenes de guerra después de la firma de los acuerdos de paz de 1992) y para la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, y para millares de salvadoreños, ordenó el magnicidio de monseñor Óscar Arnulfo Romero el 24 de marzo de 1980.
d’Aubuisson, un mayor retirado del ejército, exdiputado de la Asamblea Legislativa y excandidato presidencial, fundador del partido ARENA, que gobernó por 20 años El Salvador (1999-2009), es para el colectivo salvadoreño, un asesino con mayúsculas. No hay otra forma de decirlo.
Aunque nunca fue enjuiciado, es de conocimiento popular que fue uno de los fundadores de los escuadrones de la muerte que aterrorizaron a El Salvador durante la guerra civil, en los años 80 y principios de los 90.
Monseñor Romero es desde el 19 de mayo de 2018 un santo. Fue canonizado por el papa Francisco y su imagen está en todas las parroquias y capillas de El Salvador, donde se le respeta.
El arzobispo, San Romero, la voz más fuerte del país contra el gobierno militar de finales de los 70 y 80, fue asesinado de un disparo en el pecho el lunes 24 de marzo de 1980, mientras oficiaba misa en una pequeña capilla.
Quien lo “ordenó” fue precisamente “el mayor”, como le llaman los correligionarios del partido que fundó d’Aubuisson, un instituto que ahora está reducido al mínimo.
La figura de Romero, el santo, aún antes de serlo, se volvió universal.
Lo que Carlos Pineda hizo este sábado, pararse frente al monumento a un asesino, aunque no juzgado, no lo hace ningún político salvadoreño, al menos no uno sensato. Ni los del partido que fundó d’Aubuisson se atreven a llegar ahí, no porque no quieran, sino porque hacerlo es una apología a un hombre que está detrás del asesinato de la figura más representativa de El Salvador de cara al mundo, la de San Romero, y la de muchos salvadoreños más.