En agosto de 2023, el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua confiscó los bienes de la Universidad Centroamericana (UCA), poniendo fin a 63 años de compromiso con la educación integral, el pensamiento crítico, la investigación rigurosa y la proyección social.
A un año de este lamentable acontecimiento, el sociólogo e investigador Mario Sánchez analiza las profundas connotaciones de este acto de represión para la sociedad nicaragüense y Centroamérica en su conjunto.
Este análisis fue realizado para la revista digital de la Compañía de Jesús en Centroamérica.
Sánchez no duda en calificar la confiscación de la UCA como un “acto de injusticia grave” y una violación a los derechos humanos.
Para él, la universidad no era solo una institución educativa, sino también una obra apostólica que representaba parte de la historia de Nicaragua.
“La UCA fue una de las primeras universidades con gran prestigio y reconocimiento en el país, con centros de investigación que producían conocimiento y estaban profundamente comprometidos con los problemas nacionales”.
“Su cierre es una de las tantas violaciones cometidas por el régimen contra el pueblo de Nicaragua, especialmente contra el pensamiento crítico, la calidad educativa y la autonomía universitaria”, enfatiza.
El cierre de la UCA tuvo repercusiones devastadoras no solo para la comunidad universitaria, sino también para el país en general.
Con la pérdida de más de 160,000 títulos de obras y libros, y de laboratorios especializados como el de energía solar, donde se elaboró el primer mapa solar de América Latina, Nicaragua perdió un centro vital para la ciencia y la investigación.
“El laboratorio de malacología, liderado por el padre Julio López de la Fuente, era un lugar donde se descubrían y clasificaban nuevas especies, y el centro de biología molecular realizó el primer estudio del papiloma humano, abordando la principal causa de mortalidad entre las mujeres jóvenes”.
“Todos estos proyectos representaban la excelencia académica y el compromiso social que caracterizaban a la UCA”, explica Sánchez.
Además, la confiscación ha afectado directamente a los estudiantes, quienes han visto truncadas sus oportunidades de formación académica.
Sánchez relata casos de estudiantes que no han recibido sus certificados de notas y no han podido inscribirse en otras universidades, quedando atrapados en un limbo educativo.
“Muchos estudiantes con becas no pudieron seguir estudiando; otros han abandonado sus estudios por falta de opciones que se ajusten a sus proyectos de vida. Algunos han tenido la suerte de beneficiarse de programas de seguridad ofrecidos por otras universidades jesuitas en la región, pero muchos otros no han tenido esa suerte”, añade.
La crisis de la educación superior en Nicaragua se ha profundizado en los últimos años, con la cancelación de 28 universidades, la Academia de Ciencias, y otras instituciones clave como la Academia de Geografía e Historia y la Academia Nicaragüense de la Lengua.
Para Sánchez, estos cierres reflejan la verdadera naturaleza de la dictadura Ortega-Murillo: “una dictadura que busca erradicar cualquier posibilidad de pensamiento crítico, conciencia o voz disidente”.
Esta represión ha contribuido al éxodo masivo de nicaragüenses, que huyen del país buscando un futuro mejor.
“Nicaragua es uno de los pocos países de América Latina con el 10% de su población desplazada forzosamente o en autoexilio. Muchos jóvenes han decidido abandonar el país porque no ven futuro en un contexto de autoritarismo y falta de oportunidades”, argumenta el sociólogo.
Sánchez también destaca el deterioro de la institucionalidad en Nicaragua, caracterizado por la intolerancia y la persecución religiosa, con capturas y expulsiones de sacerdotes y el cierre de parroquias.
“La situación se ha agravado, la represión ha escalado, y la falta de seguridad jurídica ha llevado a inversionistas a abandonar el país.
Además, el extractivismo desenfrenado, especialmente en las comunidades del Caribe, evidencia una relación intrínseca entre autoritarismo y explotación de recursos naturales, consolidándose como un modelo de acumulación autoritario e insostenible”, expone.
A pesar del sombrío panorama, Sánchez ve luces de esperanza. Una de ellas es el aprendizaje de las víctimas y sobrevivientes de la represión, quienes, a pesar de haber sufrido lo peor, continúan resistiendo y luchando por un cambio pacífico.
“Si hay esperanza en Nicaragua, es porque la gente no quiere vivir en condiciones de injusticia y autoritarismo; buscan el cambio de manera pacífica y con mucha fe. La espiritualidad y la fe son fundamentales para mantenerse firmes”, subraya.
Sánchez también reconoce el papel vital de la juventud en esta lucha.
“Los jóvenes que han logrado salir del país enfrentan un gran desafío, pero también una oportunidad para desarrollar una mayor conciencia centroamericana. Esta crisis les ayudará a fortalecer su carácter y compromiso con la justicia social. Yo, como nicaragüense y miembro de esta comunidad, valoro profundamente esta esperanza que ellos representan”, expresa con convicción.
Finalmente, Mario Sánchez sueña con la refundación de la UCA, ya sea en sus instalaciones originales o en otros lugares.
“Nuestro objetivo es volver a Nicaragua mejor preparados, con más energía y compromiso, para reconstruir una universidad que tanto necesita el país. La educación universitaria sigue siendo una obra apostólica esencial para construir una sociedad justa y equitativa en Nicaragua”, concluye con optimismo y determinación.