La democracia en Centroamérica transita por una carretera sociopolítica llena de obstáculos y amenazas en donde el autoritarismo hace demasiada sombra y las instituciones tambalean entre ansias de poder, marcada corrupción, una potencial creciente migración irregular, debilitamiento de los contrapesos para los gobiernos y fuertes intenciones de algunos importantes actores de torcer las líneas a su favor y aferrarse “de manera peligrosa” a controlar a placer los estados, advierte Díalogo Interamericano en un artículo publicado por uno de los analistas expertos que colaboran con este tanque de pensamiento.
Titulado “la democracia bajo asedio en Centroamérica”, Luis A. Rivas, de Varyag Consulting Group, una firma de asesoría estratégica, advierte que la región pasa por situaciones particulares marcadas por caudillismos, como el del presidente Nayib Bukele de El Salvador, o las tormentas de corrupción que está capeando el mandatario de Guatemala, Bernardo Arévalo, que ha tenido que sortear instituciones y personajes que no sólo se oponen al cambio sino también atacan al mandatario mismo con tal fuerza que hasta estuvieron a punto de truncar su toma de posesión.
Como ejemplo de lo grave que puede resultar el resquebrajamiento democrático en la región pone de ejemplo la Nicaragua gobernada por Daniel Ortega desde 2007, donde una vez en el trono ha hecho y desecho a su antojo para mantenerse en él.
Cita como ejemplo la desaparición de toda la prensa independiente y fiscalizadora, el encarcelamiento de opositores, la confiscación de bienes de personas y entidades jurídicas, el control absoluto de los poderes del Estado, y la construcción de un estado policiaco al más puro estilo de la Guerra Fría.
“La democracia está amenazada en Centroamérica y el autoritarismo va en aumento”, advierte Rivas de entrada. “Las implicaciones institucionales y económicas a largo plazo para estos países plantean serios desafíos para la política estadounidense hacia la región”, añade.
“Las ambiciones políticas desenfrenadas y los abusos de autoridad en forma de corrupción o favoritismo político y económico son signos de un grave retroceso democrático”, explica en la publicación difundida el 3 de mayo de este año.
Rivas aclara que en el entramado de poder de la región no “existe una explicación única” para entender el fenómeno de ataques o vulneración a las democracias, pero insiste en que cambiar las reglas electorales, como ocurrió en Nicaragua y recientemente El Salvador, es una de ellas.
“La reelección no es necesariamente mala para la democracia; sin embargo, las posibilidades de compartir el poder se ven afectadas cuando el titular cambia o tuerce las reglas electorales para permanecer en el poder”, advierte.
En el país más pequeño de la región, Bukele, el mandatario más popular de América Latina, se valió de su enorme arrastre y de los controles que tiene en el legislativo y el judicial para que le reinterpretar la Constitución a su conveniencia y optar por una reelección que estaba prohibida.
Las respuesta de los ciudadanos fue arrolladora a su favor en las urnas y le validó una especie de cheque en blanco al darle no sólo 5 años más en la presidencia (a partir del 1 de junio), sino 55 de 60 diputados y 28 de 44 alcaldías (el resto, a excepción de una, fueron ganadas por sus aliados), lo que le sirve un escenario más que favorable para sus planes.
“Es preocupante que las encuestas muestran que, con el tiempo, menos personas perciben la democracia como la mejor forma de gobierno, lo que deja a la zona propensa a regímenes no democráticos”, insiste.
“En Honduras, los críticos del gobierno han señalado que la polarización coincide con la corrupción cuando las élites políticas del partido gobernante buscan cooptar el poder judicial y traficar influencia en la legislatura”, escribió Rivas.
“La debilidad institucional, la corrupción, la violencia y la impunidad, según organizaciones muy respetadas, socavan la estabilidad a largo plazo de Honduras”, agregó.
Hay esperanza en Guatemala, pero…
Aunque reconoce en el caso de Guatemala la voluntad de Bernardo Arévalo para construir instituciones democráticas sólidas y saludables, sostiene que “su gobierno enfrenta el doble desafío de satisfacer enormes expectativas de la población y gobernar con una posición muy débil del partido Semilla en la legislatura, con sólo 23 de los 160 plazas. Por lo tanto, a pesar de una transición exitosa, la democracia pende de un hilo”.
Otra señal preocupante de la que advierte es que en la región sólo Arévalo se ha pronunciado abiertamente contra las violaciones a derechos humanos en Nicaragua.
Bukele ha guardado silencio y Xiomara Castro (Honduras) es afín a Ortega, como a las dictaduras de Cuba y Venezuela.
“Otro problema endémico que se ha extendido a la limitada vida democrática de América Latina es la corrupción. Este abuso de autoridad drena recursos escasos de actividades que podrían aumentar la prosperidad. Además, cuando la corrupción va unida al crimen, es devastadora para la productividad y el crecimiento”, plantea Rivas.
Las consecuencias
En el análisis insiste en que el escenario, además de complicar a los actores directos, plantea desafíos para Estados Unidos, el principal socio de la región.
“El deterioro de las instituciones democráticas alimenta directamente los flujos migratorios. Los expertos estiman que casi un millón de personas de Centroamérica migrarán a Estados Unidos cada año durante los próximos 3 años”, explica Rivas.
El debilitamiento democrático, además, vuelve dependientes a los estados pues la capacidad productiva de las naciones disminuye en esas condiciones.
Advierte además del riesgo que corre Panamá, que va a las urnas este 5 de mayo, y todo apunta a que Raúl Mulino, el elegido del corrupto condenado Ricardo Martinelli (expresidente 2009-2014) ganará y, por tanto, la incidencia del exgobernante, declarado non grato por Estados Unidos, complica el panorama de país.
“Si bien ha habido algunos esfuerzos esporádicos de política exterior por parte de Estados Unidos para abordar estos problemas, no existe un esfuerzo integrado para apoyar la democracia y desalentar las tendencias autoritarias. La falta de un enfoque político consistente para este problema está creando un precedente peligroso para el resto de América Latina”, agrega Rivas.