Esta es la difícil historia de dos sacerdotes nicaragüenses. Uno dejó su país después que la dictadura lo amenazara, persiguiera y acosara por medio de la policía, grupos paramilitares y ciberoperadores. El otro continúa su labor pastoral en una iglesia del norte, pero callado, con bajo perfil, sin criticar ni decir nada contra el régimen.
Centroamérica 360 habló con los dos, cuyos nombres se mantienen en reserva por seguridad. Uno de ellos exiliado en Costa Rica; el otro resistiendo en esta Nicaragua de locura en la que decir algo en contra de Daniel Ortega, su mujer Rosario Murillo o su dictadura, le cuesta la cárcel hasta a los religiosos.
Allá en el norte
Es un sacerdote que sobrepasa los 50 años. Dice que recuerda como si fuera ayer lo vivido en la época de los 80, con los sandinistas, cuando en el estado policiaco que montó Ortega el Estado repartía la comida, la diversión, la religión y hasta la miseria.
Cuando los sandinistas derrocaron a Anastasio Somoza, este presbítero, miembro de una familia adinerada, sufrió el embargo de sus bienes y de una empresa de sus padres a manos de los nuevos gobernantes, quienes les hicieron quebrar económicamente.
Recuerda que él no pensó que volvería a vivir algo así. Hoy lamenta la situación, aunque prefiere callar, porque no quiere vivir otro episodio como el que ya sufrió con su familia.
“Yo, sinceramente, no pensé volver a vivir algo así. Estos salvajes no tienen compasión, ni nunca han tenido. Yo siempre lo tuve claro, que el día que los piricuacos (sandinistas) regresaran al poder, nos iba a generar un costo enorme en la vida. Y hoy, la vemos. Somoza cometió muchos errores, no hay duda de eso, pero no fue tan sangriento como esta dictadura”, dice.
Y añade “mirá, Somoza, respetó de alguna u otra manera a la Iglesia. Estos no. Estos van con todo y nos están desgastando, pero la Iglesia no para, no puede parar su labor pastoral. La Iglesia no es ciega, no es muda y nuestro trabajo es estar evangelizando y estamos porque somos del pueblo”, dice el sacerdote.
Desde su salida del seminario asumió sus primeras responsabilidades, a pesar de su nobel trayectoria, y recuerda, que en medio de su vida, desde que era un seminarista, empezó a trabajar fuertemente en acciones de desarrollo en algunas iglesias, quizás esa actitud le llevó a ser directamente párroco.
“Vos sabés que difícil es ver cómo estos violadores de derechos humanos no tienen compasión con nada. Esta dictadura ha sobrepasado a Somoza en todos los términos existentes en nuestra historia”,
Sacerdote en el norte de Nicaragua
Recuerda que sus inicios como sacerdote fueron duros, porque todo inicio es difícil. Antes de comenzar en el camino de la iglesia, en sus años de juventud, sufrió un accidente que le cambió la vida y le hizo reflexionar para terminar convirtiéndose en religioso. Porque antes, llevaba una vida de fiesta. “Siempre es bueno sentar cabeza y no hay mejor forma que hacerlo que sirviendo a Dios”, reconoce.
Respecto a las vicisitudes que enfrentan con la dictadura, dice que “a diario en las homilías hay operadores políticos, policías vestidos de civil o políticos que trabajan en el sistema como secretarios, o funcionarios que los utilizan para que nos den seguimiento en lo que digamos en la misa. Es difícil estar bajo presión. Te imaginás lo que vive el pobre monseñor (Rolando Álvarez, condenado a 26 años de cárcel), no es nada fácil. A nosotros todo eso nos duele, pero tenemos que callar porque si decimos algo sobre lo que ocurre en el país, nos meten presos también. Y yo, por ejemplo, tengo patologías previas (enfermedades crónicas), que sin mi medicamento no puedo vivir. Yo por eso he decidido callar, aunque me duele, yo quisiera decir algo al respecto a diario para no olvidar la injusticia”.
Además, el presbítero recuerda que muchos amigos de él, que incluso estudiaron juntos, fueron presos políticos y hoy son apátridas y otros están en el exilio, porque pudieron salir del país antes de ser apresados.
Por ejemplo, solo en Costa Rica se encuentran más de 6 sacerdotes exiliados, quienes han tenido que verse obligados a huir por temor a ser alcanzados por los tentáculos de la dictadura.
“Estos salvajes, demonios han violado todos los derechos humanos habidos y por haber. Han matado, secuestrado, desaparecido, condenado, y se inventan cada cosa, para justificar las condenas exprés que realizan en el país. A los curas nos atacan por las noches, por temor a que los feligreses se levanten en contra de ellos. Y tememos personas que están detrás y vigilando cada paso que damos, con quién estamos, dónde estamos, qué hacemos o qué decimos. Si es que hasta las comunidades nos siguen”, afirma.
Sacerdote exiliado en Costa Rica
“Yo siempre orando por el obispo (Álvarez). Tenía una foto de él en el altar, con el escudo del obispo y yo en algunas homilías decía cosas que no agravan al gobierno. Cuando me tocó salir, fue porque recibí una llamada, de que si decía algo más, iba preso o cualquier cosa me podía pasar. También tuve ponchón de llantas del vehículo, una semana tuve que esconderme y no salir”, recuerda este presbítero, que por razones de seguridad pidió mantener su identidad en anonimato.
En este camino, múltiples han sido las prohibiciones de actividades religiosas y acciones que han realizado en contra de la Iglesia Católica nicaragüense, una de las últimas ha sido el congelamiento de sus cuentas bancarias, y de acusarle de lavado de dinero.
Ante esta realidad, los sacerdotes viven en sosobra y bajo una presión estatal que preocupa a la sociedad en general, organizaciones civiles y gobiernos extranjeros, por la constante violación de los derechos humanos en Nicaragua.
El padre dijo que proviene de una familia humilde, que pasa por complicaciones económicas, al igual que centenares de familias nicaragüenses. Sin embargo, el sueño del religioso siempre ha sido servirle a Dios y en razón de ello se inició desde niño en este mundo cristiano y siendo adolescente, dio el paso para profundizar en la fe católica.
Para lograrlo, tuvo que pasar muchas pruebas y estudios, como parte de la carrera formativa que debe de afrontar todo sacerdote.
“Me dediqué a trabajar y estudiar, y entré al seminario a los 23 años, con todas las dificultades que conlleva, pero siempre me ayudaron muchas personas. Gracias a Dios empecé a ser sacerdote a los 33 años”, cuenta.
Cuando el cura estaba en la recta final de su carrera sacerdotal en el Seminario Nacional Nuestra Señora de Fátima, en Managua, justo estaban iniciando las protestas de abril del 2018, las que al ser reprimidas por el gobierno dejaron más de 300 muertos.
“Recuerdo que tenía que cruzarme los tranques (protestas y manifestaciones por la población) para poder asistir a mi retiro, para mi ordenación diaconal. Todo eso fue provocando la situación tan difícil”, dice.
Ya siendo un sacerdote ordenado, estuvo en varias parroquias en el norte de Nicaragua, pero tuvo que dejar la última en la que se encontraba por razones de seguridad. No aguantó la persecución y el asedio de la dictadura.
“Es una dictadura, son ateos y la Iglesia ha sido una institución que le ha hablado con la verdad, con autoridad, que está a favor de los derechos humanos, por la dignidad de las personas porque se ha violado la dignidad, muertes injustas, presos políticos. Como los curas hemos estado firmes en la verdad, por la justicia y por el amor, por el perdón, los sacerdotes somos la piedra que más le duele a él (Daniel Ortega)”, reafirma.
En su memoria están aquellos días llenos de zozobra e incertidumbre por las múltiples amenazas y persecución, que le obligaron a dejar el país, abandonar a su familia, para irse de forma irregular a Costa Rica, porque no tenía otra alternativa.
Desde enero de este año está exiliado en este país, que ha recibido agran cantidad de nicaragüenses exiliados (periodistas, activistas políticos, opositores y promotores de los derechos humanos, entre otros).
“Yo tengo mi pasaporte, pero no podía visar, porque yo era perseguido y al que agarran, va para adentro a la cárcel de El Chipote. Yo entré por Upula, por el lago, anduve en moto, luego pasé por un carro, a pie en un potrero, en un río. Yo sentía que iba por México, que uno espera que le salga una pandilla. Fueron 2 horas, de 6:00 de la tarde a 8:00 de la noche, mientras crucé Nicaragua a Costa Rica por ese punto fronterizo ilegal”, cuenta el religioso.
Ahora, este sacerdote, continúa realizando su labor pastoral en Costa Rica.
“Yo avisé a mis amistades que venía para acá y por la providencia, me llamó uno de los sacerdotes que ya se había venido, me invitaron a misa y ya fui conociendo. 15 días después que yo llegué, el obispo me recibió y me invitó a una parroquia. Aquí estoy, con la bendición de Dios. Me dan muchas palabras de ánimo, de consuelo, pero también uno se encuentra personas que lo rechazan, aunque es lo mínimo”, cuenta con melancolía.
A pesar de estar fuera de Nicaragua, teme compartir o denunciar las cosas que pasan en su país, porque no se sabe si puedan haber personas que tengan afinidad al régimen y terminen grabándole.
“Tengo que mantener el perfil bajo, porque uno no sabe, puede haber personas con afinidad al régimen. Puedo sufrir traición, como Judas (…) he llorado mucho, el hecho de estar fuera de tu país, da mal de patria. He llorado y sufrido por el hecho de haber salido sin despedirme de mi familia, sin mi gente, amigos y de las personas que más quiero. Dejar mi patria forzadamente no es una cosa tan fácil. No se lo deseo a nadie”, concluye.