Por Centroamérica 360 y Literal
La celda número 12 de El Chipote era un rectángulo de concreto, sellado con una puerta de metal que no permitía ver el exterior y apenas un tragaluz en el techo para permitir un poco de aire natural.
Allí, en el aislamiento más extremo, la activista política Tamara Dávila pasó 607 días de encierro, 404 de los cuales no pudo hablar con otro ser humano, salvo con sus interrogadores y algunas arañas que se colaban en su recinto y que fueron exterminadas por la policía cuando ella confesó que les hablaba para mitigar la soledad.
Acusada de “traición a la patria” y condenada a ocho años de prisión, Dávila sufrió uno de los castigos más extremos que se recuerden en la historia reciente de Nicaragua.
Ningún contacto con otra persona; ninguna conversación, ningún rostro por meses y la acusación constante de policías que durante el interrogatorio le repetían que “por andar de golpista y terrorista” no vería crecer a su hija de entonces cinco años.
La comida, el agua y alguna medicina se la servían a través de una escotilla por medio de la cual solo veía las manos de sus carceleros. A veces no emitían ni una palabra para regresar el saludo de ella.
Tuvo que esperar 240 días después de su captura, ocurrida el día 21 de junio de 2021, para comer en presencia de otras personas, sus verdugos judiciales y policiales, durante el juicio en que fue condenada a ocho años de prisión.
Salió de la prisión de máxima seguridad directo a Estados Unidos el 9 de febrero de 2023, cuando el dictador Ortega negoció la excarcelación y destierro de 222 presos políticos a Estados Unidos.
La subieron a un avión sin previo aviso y le arrebataron su nacionalidad y su derecho a volver a Nicaragua.
Dos años después de aquella traumática experiencia, Tamara confiesa que todavía lucha contra la ansiedad que le genera el recuerdo.
Hasta finales de 2024 iba a terapia cada semana para tratar el estrés postraumático.
Durante meses no pudo dormir más de tres horas consecutivas; perdió el equilibrio por haber pasado tanto tiempo en un espacio tan pequeño. Sufrió severos problemas en la piel por la falta de sol. Ahora duerme hasta seis horas seguidas y los episodios de confusión y recuerdos invasivos han ido mermando.
“Tortura blanca” en El Chipote
El caso de Tamara Dávila es uno entre cientos más, de personas que han sido sometidas por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo a una política de tortura dirigida a afectar directamente el cerebro.
Por ejemplo, el caso de la exguerrillera sandinista Dora María Téllez fue igual de brutal en cuanto a la aplicación de la tortura sicológica del aislamiento extremo y prolongado.
Téllez, de 66 años al momento de su secuestro y posterior condena a ocho años en un centro de torturas, pasó más de 600 días en aislamiento y penumbra en la prisión de El Chipote.
Fue enviada al pabellón de reclusos varones, sin contacto visual con otros reos, en una celda diminuta sin luz solar o energía eléctrica, privada de sol y de contacto humano.
Durante 85 días no tuvo contacto con nadie y estuvo tanto tiempo obligada al silencio y la penumbra, que perdió la voz y la vista se le deterioró paulatinamente.
“Entre una indicación y otra, hablaba quizás un minuto al día”, confesó.
Ella narró que sólo en sus últimos meses de encierro los carceleros le permitieron consumir miel de abejas para tratar su garganta, pero el daño ya estaba hecho y el 9 de febrero de 2023 cuando el régimen la desterró a Estados Unidos se dio cuenta que hablaba en susurros por el prolongado silencio al cual fue obligada.
Un caso similar, pero con otras características ocurrió con Ana Margarita Vijil, otra de las exprisioneras políticas que pasó más de 600 días de aislamiento en una celda, vigilada con una cámara y con una bujía encendida todo el tiempo, de modo que perdía la noción del tiempo y se le alteraban los ciclos de dormida, alimentación y actividades físicas.
Pasó 80 días en confinamiento solitario, sin noticias de su familia y del mundo exterior, en contacto con agresivos interrogadores policiales que amenazaban con dejarla podrirse en la cárcel por atentar contra la dictadura de la familia Ortega Murillo.
Con los meses a Vijil se le alteraron los ciclos de sueño, se le trastornó el metabolismo y el reloj biológico de todas sus necesidades fisiológicas, males con los cuales siguió lidiando durante meses aun después de haber salido de prisión al destierro en febrero de 2023.
El sufrimiento de Ana Margarita no terminó con su excarcelación: su madre, Josefina Gurdián murió como rehén del régimen sandinista sin poder ver a su hija en libertad. En septiembre de 2021, cuando la señora se dirigía a Costa Rica a proseguir su tratamiento médico contra el cáncer, la dictadura le impidió salir del país y le confiscó el pasaporte, obligándola a permanecer en Nicaragua, donde murió seis meses después del destierro de su hija.
“Ataques directos al cerebro”
El prolongado aislamiento carcelario no solo es una forma de tortura psicológica, sino un ataque premeditado al funcionamiento del cerebro, diseñado para dejar secuelas irreversibles.
Así lo advierte una médica nicaragüense, especialista en psiquiatría, quien accedió a hablar bajo condición de anonimato sobre los efectos devastadores que este tipo de castigo ha tenido en los exprisioneros políticos del régimen Ortega Murillo.
“Lo que han vivido esas personas presas políticas en Nicaragua no tiene precedentes en la historia médica del país. No es solo tortura, es un ataque dirigido a la mente, un intento de anular a la persona desde su base neurológica”, asegura el especialista.
En seguida explica que las consecuencias del aislamiento prolongado son múltiples y devastadoras.
“La ciencia ha demostrado que el cerebro humano depende de la interacción social para su equilibrio químico y emocional. Cuando se priva a una persona de contacto humano durante largos períodos, el sistema nervioso se colapsa, lo que genera múltiples daños sicológicos y neurológicos”, resalta.
“Es como si el cerebro entrara en cortocircuito. El ser humano no está diseñado para procesar el mundo en absoluto silencio, sin rostros, sin voces, sin referencias de tiempo ni de espacio. Cuando se somete a alguien a un aislamiento total, el cerebro empieza a fallar, y en muchos casos, esos daños se vuelven irreversibles”, destaca la especialista.
Privación sensorial: un arma de tortura silenciosa
Las exprisioneras políticas han relatado que pasaron meses enteros sin comunicarse con otros seres humanos, con solo una escotilla por donde les pasaban la comida, en penumbras unas y en iluminación permanente otra.
“El cerebro necesita estímulos visuales y auditivos para mantenerse en equilibrio. Cuando le quitan eso a cualquier ser humano, se desorienta. La persona pierde la noción del tiempo, sufre distorsiones sensoriales y empieza a tener dificultades para procesar la realidad”, explica.
Esta especialista encuentra mucho sentido en parte de los relatos de las víctimas del aislamiento carcelario, que revelan cómo en prisión se aferraban a detalles mínimos, como el sonido de pasos, cantos de pájaros u observación minuciosa del movimiento de insectos para no perder el sentido de la existencia, explica la persona especialista en psiquiatría.
“Nivel de crueldad quirúrgica”
Para ella uno de los casos más estremecedores es el de Tamara Dávila, quien relató que hablaba con arañas en su celda como mecanismo de resistencia mental y cuando mencionó esto en un interrogatorio, los guardias mataron a los insectos a escobazos.
“Es un nivel de crueldad quirúrgica. Matar a las arañitas no era un acto casual, era un mensaje directo: ‘te vamos a quitar hasta lo más mínimo que te ayuda a sostener la cordura’. Eso muestra que el aislamiento no era solo un castigo, sino un método de destrucción psicológica planificada”, determina.
Esta persona médica recuerda que las Naciones Unidas, bajo las llamadas Reglas Mandela, establecen que cualquier período superior a 15 días de aislamiento prolongado se consideratortura.
“Estas mujeres estuvieron más de 600 días. No me imagino el sufrimiento y el daño que pueden haber acuñado en prisión”, dice.
Recuerda, además, que la Asociación Médica Mundial advierte que los efectos negativos en la salud pueden ocurrir después de tan solo unos pocos días de aislamiento, pero que en algunos casos los síntomas pueden continuar por años.
El especialista explica que cuando una persona es sometida a aislamiento prolongado, el sistema límbico —responsable de las emociones y la memoria— empieza a deteriorarse. Esto provoca que los afectados sufran lagunas mentales, problemas de concentración, coordinación motora y dificultad para procesar el lenguaje.
“No es solo un trauma psicológico, es un golpe a la arquitectura del cerebro. Cuando el aislamiento es tan extremo y prolongado como el que han vivido estas mujeres, el daño puede manifestarse en problemas de memoria, dificultad para mantener conversaciones fluidas y hasta trastornos neurológicos degenerativos con los años”, advierte.
Tortura como política de Estado
Desde el inicio de la crisis en 2018, el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo ha desarrollado una maquinaria represiva que ha utilizado hasta 40 tipos de torturas contra opositores políticos, según el Noveno Informe del Observatorio sobre la Tortura en Nicaragua, presentado en diciembre de 2024 en San José, Costa Rica por el Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca Más.
El defensor de derechos humanos Salvador Marenco, coautor del estudio basado en 229 testimonios de víctimas, detalla que la tortura en Nicaragua ha evolucionado en tres etapas.
Entre 2018 y 2019, el régimen aplicó torturas físicas brutales, como golpizas, violaciones sexuales múltiples, extracción de uñas y dientes, asfixia con bolsas plásticas, inmersión en agua y choques eléctricos.
Estas técnicas, explica Marenco, buscaban generar un impacto inmediato, sembrando terror en la población por exposición al dolor físico.
En esta primera etapa, las víctimas eran llevadas a centros de detención clandestinos en al menos ocho municipios del país. Allí, los paramilitares y la policía aplicaban castigos físicos de extrema violencia.
“Las detenciones eran cortas, pero el sufrimiento era intenso”, indica Marenco.
A partir de 2020 y hasta inicios de 2023, el régimen cambió su estrategia y comenzó a aplicar torturas psicológicas, combinadas con formas más selectivas de violencia física.
Entre las nuevas formas de tortura, el informe documenta privación sensorial total, sobreexposición a la luz artificial durante 24 horas seguidas, aislamiento extremo, amenazas de violación y muerte contra familiares, falta de nutrición adecuada, negación de medicina y atención médica, y la manipulación emocional a través de “interrogatorios cíclicos”.
“Se volvió común que los detenidos fueran forzados a delatar a otros, a incriminar a personas inocentes. Se usaron amenazas directas contra sus hijos o parejas, mostrándoles fotos de sus familias para generar terror. Era un método para anular la resistencia moral de las víctimas”, detalla Marenco.
El informe también resalta la diferencia de impacto según el género. Aunque más hombres fueron detenidos, las mujeres enfrentaron un nivel de violencia sexual desproporcionado.
Todas las prisioneras políticas fueron obligadas a desnudarse repetidamente, algunas fueron fotografiadas por oficiales masculinos y muchas sufrieron violaciones, abusos sexuales y amenazas de violación durante los interrogatorios.
Finalmente, con el destierro de 222 presos políticos en 2023, se documentó un resurgimiento de la tortura física en los meses previos a su expulsión. El regreso de golpizas sistemáticas y choques eléctricos indica que el régimen de Ortega y Murillo nunca abandonó el castigo orientado a provocar dolor.
A pesar de ello, la cifra de personas que buscaron o recibieron atención mental especializada es bajo. Según el Noveno Informe del Observatorio sobre la Tortura en Nicaragua, apenas 350 de más de 1.000 políticos excarcelados han buscado o recibidoayuda psicológica tras su liberación.
“La tortura no termina cuando sales de la cárcel”
La psicóloga Ruth Quirós, especialista en psicotraumatología del Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca Más, ha atendido a más de 300 sobrevivientes de tortura, cárcel y exiliodesde 2018. Su experiencia confirma que la tortura en Nicaragua ha evolucionado, pasando de violencia brutal a una estrategia de aniquilación psicológica.
“Al inicio fue primitiva, pero luego la perfeccionaron hasta convertirla en un arma para destruir la psique”, explica Quirós.
El trastorno de estrés postraumático es el diagnóstico más común entre las víctimas. Muchos padecen depresión, ansiedad extrema y pensamientos suicidas.
“El cuerpo de estas personas es libre, pero en su mente siguen presos. Se sienten atrapados, con insomnio, dificultades para comunicarse y un estado de alerta permanente”, detalla.
Uno de los métodos más destructivos de tortura fue el aislamiento extremo, donde los prisioneros pasaban meses sin hablar con nadie, sin luz y sin contacto humano.
“El aislamiento anula los sentidos y erosiona la identidad. Muchos exprisioneros aún sienten que siguen en esa celda”,advierte.
Además, muchos excarcelados sufren flashbacks recurrentes, ataques de pánico y reviven sus agresiones en sueños. Algunos recurren al alcohol y medicamentos para calmar la ansiedad.
“El sufrimiento se vuelve tan insoportable que hasta el pensamiento suicida se convierte en una opción”, advierte, recordando que una de sus pacientes se quitó la vida al no poder superar el trauma de la prisión.
La especialista enfatiza que la tortura no termina con la liberación o el exilio forzado. Al contrario: “Para muchos, la verdadera batalla empieza después, cuando deben enfrentarse a su propia mente”.