La reciente muerte del presidente iraní Ebrahim Raisi en un accidente aéreo tiene pocas implicaciones significativas para Nicaragua, especialmente considerando la lejana relación política el nulo intercambio económico que ambos países han mantenido en los últimos años.
A pesar de la falta de intercambio comercial o cooperación tecnológica tangible entre ambas naciones, la conexión política entre Irán y Nicaragua ha sido más simbólica que estratégica, caracterizada por una afinidad ideológica y una mutua oposición a los intereses de Estados Unidos en la región.
El dictador de Nicaragua, Daniel Ortega, y la vicepresidenta Rosario Murillo han expresado sus condolencias al régimen iraní, destacando “el dolor compartido y la solidaridad fraternal” en este difícil momento.
La comunicación oficial, de protocolo rutinario, es una simple muestra de apoyo a una alianza política irrelevante, que solo confirma la incierta estrategia de Nicaragua de alinearse con naciones que comparten su postura antiestadounidense.
Desde una perspectiva política, la muerte de Raisi podría desestabilizar la ya frágil relación entre Nicaragua e Irán.
Raisi, conocido por su línea dura y su apoyo a la expansión de la influencia iraní en América Latina, era una figura clave en la consolidación de esta relación bilateral. Su ausencia podría generar incertidumbre sobre la continuidad de la política exterior iraní hacia Nicaragua y otros aliados regionales.
Irán ha utilizado varios medios para expandir su influencia en Nicaragua, incluida la promoción de la religión islámica y la cultura persa.
La construcción de la mezquita en Managua y el establecimiento del Centro Cultural Islámico Nicaragüense, aunque controversial dentro de la comunidad musulmana local, han sido esfuerzos clave en esta estrategia.
La colaboración política se ha llevado a cabo al más alto nivel, con figuras cercanas a Ortega, como su hijo Laureano Ortega Murillo y Mohamed Ferrara Lashtar, desempeñando roles importantes en la gestión de las relaciones con Irán.
La pérdida de Raisi no parece plantear desafíos significativos para el régimen sandinista, más allá de no recibir una palmadita en la espalda por la férra posición sandinista ante el conflicto israelí en Gaza.
Irán, bajo el liderazgo sandinista, había prometido aumentar su influencia en Centroamérica, y aunque esto no se ha traducido en intercambio comercial directo o inversiones significativas, la colaboración política ha sido intensa… pero fuera de la región.
Nicaragua ha firmado numerosos acuerdos bilaterales con Irán, muchos de los cuales, aunque no implementados, simbolizan una promesa de cooperación futura en diversas áreas de poco impacto.
La muerte de Raisi, eso sí, tiene implicaciones para la dinámica geopolítica en la región.
La administración de Ortega podría enfrentar un periodo de aislamiento aún mayor y poco eco entre los países aliados de Irán que puedan estar en Naciones Unidas, ya que Irán era uno de los pocos aliados extrarregionales que apoyaban consistentemente al régimen nicaragüense en foros internacionales y en su retórica contra Estados Unidos.
La Unión Europea y Estados Unidos seguirán observando de cerca cómo evoluciona la situación y si el nuevo liderazgo iraní continuará la misma línea de apoyo a Nicaragua. Por ahora, la alarma en Washington podría estar más enfocada en la nueva y anunciada solicitud de los sandinistas con sus pares talibanes de Afganistán.
Un posible acuerdo de libre visado de Nicaragua con Afganistán y las posibilidades de ver aterrizar vuelos desde Kabul a Managua, significaría una alerta difícil de quedar en silencio por parte de Estados Unidos.
La muerte de Ebrahim Raisi no representa, entonces, una pérdida significativa para el régimen de Daniel Ortega, más allá de las condolencias formales.
La relación entre Nicaragua e Irán, aunque más simbólica que económica, ha sido una piedra angular en la estrategia de política exterior de Ortega para desafiar la hegemonía estadounidense en la región.
Sin embargo, la continuidad de esta relación dependerá en gran medida de la política exterior del próximo liderazgo iraní y de la capacidad de Ortega para navegar este nuevo escenario internacional.