Nicaragüenses recuerdan este 18 de abril 5 años de protestas contra dictadura

Nicaragua recuerda este 18 de abril un aniversario más, el quinto, del inicio de las protestas populares y la violenta respuesta de la dictadura, acciones que dejaron al menos 355 muertos en hechos que marcaron el antes y después de un régimen que utilizó los reclamos sociales como detonante para arremeter contra todo lo que huela a oposición.

Lo que para críticos del gobierno de Daniel Ortega fue una rebelión espontánea, de esas que ocurren en las sociedades cuando los ciudadanos se hartan de lo que ocurre con ellos y con todos, fue para el dictador la clara expresión de que el imperio, sí, Estados Unidos, y sus aliados quieren atentar contra la “democracia más pura nacida de las entrañas del sandinismo”.

La policía de la dictadura de Daniel Ortega respondió a las protestas con balas.

Lo cierto es que fue el estallido social que, para bien o para mal, movió el tapete de un hombre que hasta despierto sueña con acumular más poder y no tendrá miramientos para hacer lo que sea con tal de conservarlo.

El 18 de abril de 2018 comenzaron las protestas en las calles de Managua por las reformas al sistema del seguro social y, jóvenes, la mayoría, salieron a gritar, insultar y presionar por el cambio, pero en respuesta recibieron garrotazos y hasta disparos.

Las reformas fueron suspendidas por Ortega, pero la mecha ya estaba prendida. Y después llegó el oscurantismo, el que aún se vive en el país más grande de Centroamérica.

Y entonces, ¿qué cambió?

Multtudinaria protesta contra el gobierno de Daniel Ortega en Managua, abril de 2018.

Mucho desde aquel 18 de abril. Después de la represión con las fuerzas de seguridad, la dictadura comenzó con los intentos de aniquilación, a fuego lento, de la oposición.

Llegaron los encarcelamientos, las expulsiones de ciudadanos, los embargos de la propiedad privadas, la cancelación de ONG, la acentuación del estado policiaco, ese modelo que tanto le encanta a los gobiernos de izquierda en el que cualquier ciudadano afín puede llegar a tener cuotas de poder por denunciar a sus vecinos.

“Abril es un antes y un después en la historia del pueblo de Nicaragua. Es un mes que nos recuerda la más grande insurrección cívica contra la tiranía opresora de la familia Ortega Murillo, pero a la vez una dolorosa memoria de los asesinados por el régimen. Por eso insistimos que abril jamás se va a olvidar, al ser para nosotros un llamado permanente a buscar justicia, democracia, libertad y no impunidad”, dijo en declaraciones a Centroamérica 360° Félix Maradiaga, un reconocido opositor nicaragüense, exprecandidato presidencial y exreo político, liberado hace poco más de dos meses de las cárceles de la dictadura. 

El régimen, en su esfuerzo para desvirtuar todo lo que denuncie y señale sus abusos, declaró que cada año, el 19 de abril será el “día de la paz”. Una ironía si se toma en cuenta los ríos de sangre y atropellamiento de los derechos humanos del gobernante y su mujer en aquel abril de hace 5 años.

La expectativa por los cambios reales es grande, latente, pero por el momento pareciera ser nada más que eso, un anhelo que se vuelve etéreo.

“La dictadura de Ortega es como esos enfermos terminales que ni se mueren ni se levantan”, respondió Enrique Sáenz, un crítico del régimen, cuando Centroamérica 360° le preguntó qué le espera a Nicaragua.

“No se muere porque está conectado a respiraderos que lo mantienen con vida: capacidad represiva de la policía y del ejército, recursos financieros de instituciones como el BCIE. Y no se levanta porque la inmensa mayoría de los nicaragüenses rechaza  su régimen, se encuentra aislado y desacreditado internacionalmente, incluso con gobiernos de izquierda y el país enfrenta una crisis económica y social que es incapaz de resolver”, agrega.

Pero aunque sentencia que la dictadura Ortega-Murillo no tiene futuro, dice que no es posible predecir, por ahora, cuándo y cómo será su derrumbe final.

Gritar desde el exilio

Toda la voz crítica contra Daniel Ortega y Rosario Murillo está fuera de Nicaragua. La pareja dictadora se ha encargado cuidadosamente de meter tras las rejas a los que hacen ruido o de arrinconarlos hasta que abandonan el país. 

Y si bien el exilio, además de doloroso individualmente puede representar un freno para los movimientos, permite que los mensajes contrarios al régimen se mantengan vivos por medio de las redes sociales.

Estudiante universitarios fueron motor en las protestas hace 5 años.

Los más importantes medios de comunicación tradicionales de Nicaragua, como La Prensa, la voz de una sociedad que resiste, ahora se editan desde el extranjero porque la dictadura no solo apresó a algunas de sus figuras más importantes o las expulsó del país, sino también porque robó instalaciones con todo el equipo para imprimir.

“La experiencia de abril de 18 no la debemos olvidar jamás. No sólo porque marcó un hito histórico que partió la historia de Nicaragua, sino también porque en abril de 2018 se creó un tipo de convivencia que tiene que volverse modelo para el futuro”, dice el obispo auxiliar de Managua, Silvio José Báez, quien está exiliado en Miami, Florida, desde donde cada domingo, puntual, habla en sus homilías sobre la represión en su país y envía mensaje de aliento a quienes están resistiendo.

Ortega ha pretendido desde 2019 “aniquilar” a la Iglesia Católica, encarcelando y condenando a un obispo, monseñor Rolando Álvarez; expulsando religiosos, sacerdotes y misioneras; al nuncio apostólico y hasta rompiendo relaciones con el Vaticano. 

“Nicaragua va a ser mejor y va a ser distinta sólo si seguimos fieles al espíritu que a todos nos unió en abril de 2018″,

Monseñor Silvio José Báez, arzobispo auxiliar de Managua, exiliado.

La lectura de los críticos es que el régimen lo hace por miedo a que por medio de la fe la oposición se fortalezca, aunque insisten en que eso no es por política, sino por responsabilidad con una sociedad urgida de pastores comprometidos con la justicia, la verdad y la democracia.

Los ataques de Ortega, dice monseñor Báez, son un signo de su debilidad.

“Él habla para su gente, él habla para sus bases. Él no habla como un estadista para el país, porque él no gobierna en Nicaragua. Cuando dice estas cosas hay que interpretar que es para su gente, para que lo vean fuerte y, en el fondo, los que lo oímos debemos pensar que es signo de debilidad”, explica.

Un lustro después del inicio de la primavera nicaragüense, las ansias de cambio se mantienen. Quizá agazapadas, porque la dictadura no perdona, pero vigentes. Así son los cambios sociales, ocurren no cuando los gobernantes quieren, sino cuando los gobernados rebalsan ante las injusticias y las desproporciones, ante la corrupción y la sinvergüenza, ante la verdad ante la mentira.

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