Periodistas de Nicaragua afrontan una época de represión, exilio y sobrevivencia

En Centroamérica no hay periodistas que tengan que afrontar más dificultades para ejercer su profesión que los nicaragüenses, que son censurados y perseguidos.

Mientras el mundo conmemora este 8 de septiembre el Día Internacional del Periodista con homenajes y discursos a favor de la labor, los miembros nicaragüenses de ese gremio se debaten entre sostener el oficio y sobrevivir a la crisis económica y la represión desatada por la dictadura de Daniel Ortega.
Informes de organizaciones locales, reportes internacionales sobre la situación del periodismo en Nicaragua y testimonios de periodistas nicaragüenses describen la época más gris y turbulenta para la profesión.

Los nicaragüenses de ese gremio se debaten entre sostener el oficio y sobrevivir a la crisis económica y la represión desatada por la dictadura de Daniel Ortega.

Informes de organizaciones locales, reportes internacionales sobre la situación del periodismo en Nicaragua y testimonios de periodistas nicaragüenses describen la época más gris y turbulenta para la profesión.

Para este reporte se habló con periodistas clandestinos en Nicaragua y varios exiliados en Costa Rica, la mayoría de los cuales narran cómo sobreviven al exilio, a las dificultades económicas y a la represión interna mientras ejercen el oficio.

“Manolo”, con más de 10 años de experiencia en radio comunitaria y hoy colaborador de una plataforma digital radicada en Costa Rica, vive en casa de unos parientes en un departamento al sur de Managua, luego de abandonar el municipio donde siempre ha vivido siempre por persecución policial.

“Yo era locutor de noticias en un noticiero, desde el 18 de abril de 2018 la radio empezó a ser asediada y finalmente por presiones los dueños cerraron el espacio en 2022 y la policía y los militantes sandinistas nos amenazaron con cárcel a todos. Tuve que salir del municipio para resguardarme”, dice.

Ahora trabaja públicamente en un comercio local, pero todas las noches y de madrugada prepara sus reportes clandestinos que se publican en la plataforma de noticias en el exilio.

De manera pública, él se dedica a actividades de comercio y de forma secreta al oficio periodístico, más por convicción profesional que por ingresos “ya que el pago es casi simbólico, pero lo hago con mucho honor porque es un compromiso para mí no callar las injusticias”, dice “Manolo”.

Dice que se considera un “sobreviviente”, pues sabe que la mayoría de sus excompañeros de estudios y otros excolegas del noticiero no se han ido al país o han cerrado la puerta del periodismo.

Su ingreso como periodista, dice, no lo recibe él personalmente sino una amiga cercana en forma de remesa.

“Es todo un rollo que me paguen porque lo triangulan por varias cuentas antes de llegar en efectivo a mis manos a cambio de una comisión por la gestión”, comenta y demanda, a la vez, no hablar más del tema para evitar poner en riesgo a la familia que lo alberga y a la persona que recibe el dinero.

La historia de “Manolo” es común en Nicaragua

Desde el inicio de la brutal persecución en 2018, hasta la fecha, la dictadura de Daniel Ortega ha instaurado un sistema policial de facto que ha criminalizado la labor periodística y atacado a sus miembros con cárcel, judicialización, amenazas, confiscaciones, ataques físicos, torturas, persecución, bloqueo de información y destierro o exilio forzado.

Una reportera en Nicaragua, corresponsal para una plataforma digital en línea, lleva 2 años en condiciones de clandestinidad y labores encubiertas que la han transformado, literalmente, en una “persona paranoica”.

“He visto y leído todo lo que ha pasado con mis colegas y cada día vivo con el terror que me pase lo mismo”, dice “Shirley”.

Ella dice que cada mañana despierta con una oración de gratitud a Dios “por dejarme estar viva y libre al lado de mi familia” y cierra cada noche con una oración pidiendo protección para ella, los suyos y los colegas que como ella se arriesgan por buscar la información.

La dictadura de Nicaragua expropió La Prensa, el periódico más importante del país. Le arrebató sus instalaciones, sus bienes y sus periodistas trabajan desde el exilio.

A luz pública, ella es comerciante informal y ama de casa, pero entre tiempos libres y a escondidas, manda reportes a la plataforma, para lo cual “aplica técnicas de desvío de señales” y borra todos los días el dispositivo de trabajo.

“Yo uso dos teléfonos, uno familiar y uno de trabajo. Ese último lo escondo y manejo como si fuera un delito penado por la ley cargar dos teléfonos. Solo le pido a Dios que nunca me lo encuentren”, dice.

Comenta que su pareja le ha pedido que deje el oficio y se vayan del país, consejos que ella razona cada día: “a veces me pregunto por qué sigo aquí si mi hermana me dijo que nos fuéramos donde ella, pero me da pesar dejar a mi mama y mis hermanos. Además, otros colegas que se han exiliado me han dicho que afuera la situación está horrible”, comenta.

“Horrible” no es un concepto que “Te” utilizaría para describir su exilio, pero si lo define como “difícil”.

“Te” trabajó algunos años en una sala de redacción en Managua, pero a raíz del cierre de ese medio por “asfixia” económica de la dictadura buscó trabajo en una plataforma digital en 2020.

En 2021 al director del medio lo señalaron de lavado de dinero y amenazaron con cárcel, por lo cual se exilió y “Te”, que temía que los reporteros del medio pagaran los platos rotos, se fue al exilio a buscar vida fuera de su país.

Ahora se ha radicado en un país centroamericano donde trabaja medio tiempo en periodismo mientras trabaja como conductor el resto del día para pagar sus gastos y enviar dinero a su familia en Managua.

Dice que poco a poco empieza a adaptarse al cambio de vida, pero que aún extraña a Nicaragua y su vida allá, sobre todo, la comida y el estilo de vida.

Otros colegas, según narraron su experiencia, equilibran su tiempo entre el oficio y alguna otra actividad económica alterna que le permita sobrevivir en el exilio.

Una de ellas, por ejemplo, escribe toda la semana para un medio digital pero los fines de semana prepara alimentos para la venta por encargo, mientras que otro colega da clases en línea por las noches después de terminar labores de redacción y mientras espera concretar un financiamiento para un proyecto, trabaja de ayudante de una oficina de bienes raíces.

Otro, con tres años de exilio, dice que “se hace pulpo” para colaborar como freelance para varios medios “ya que no tengo un trabajo formal ni contrato fijo”.

Luis Galeano, por ejemplo, director del popular programa Café con Voz, confesó en 100% Noticias que, desde su exilio en 2018, ha dividido su tiempo en mantener su programa y trabajar como conductor de Uber para generar ingresos.

De acuerdo a datos de la organización Periodistas y Comunicadores Independientes de Nicaragua (PCIN) y la Fundación por la Libertad y la Democracia, actualmente hay 218 periodistas nicaragüenses en el exilio.

El 34% por ciento de los colegas que siguen en Nicaragua, revelaron que ejercen otras labores como una manera de evitar el hostigamiento del régimen.

“Las razones que conducen a llamar al periodismo nicaragüense una profesión en crisis son la cantidad de periodistas que han optado por realizar labores ajenas a su profesión, para salvaguardar su vida, libertad y seguridad”, indicó el PCIN en un estudio sobre la situación de la libertad de prensa y las condiciones que atraviesan  los informadores nicaragüenses para ejercer su oficio, elaborado en el marco del Día Nacional del Periodista en Nicaragua en 2023.

De 116 periodistas consultados para este estudio, el 66 % continúa ejerciendo la profesión en su mayoría desde el exilio y el resto ha dejado de informar por la

persecución estatal, por miedo a un ataque personal o familiar, porque decidió migrar para mejorar su calidad de vida, entre otros, según el PCIN.

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