El Almanaque de Bristol se resiste a desaparecer de las calles de San Salvador

De pasta anaranjada, pequeñito, impreso en blanco y negro y con una carga nostálgica inmensa, el almanaque aún se vende en las calles de la capital de El Salvador.

Almanaques hay muchos, pero ninguno tan arraigado como el de Bristol, ese cuadernillo de pasta anaranjada de 36 páginas que ha sido elevado a categoría de insustituible entre hombres y mujeres de las generaciones mayores y que todavía se vende en algunas transitadas calles del centro de San Salvador.

Con “192 años de publicación continua”, como dice la portada de la edición de 2024, la publicación impresa en papel periódico es comprada principalmente por hombres.

Johnny Alexander, un vendedor ambulante, se encarga de ofrecerlos por el Centro Histórico de la capital salvadoreña, uno de los lugares turísticos de moda en El Salvador.

“Se vende, no como quisiera, pero se vende”, dice, mientras camina por las calurosas calles de esta ciudad sosteniendo en sus manos varios ejemplares del almanaque.

Según él, son unos 20 ejemplares los que coloca a diario logra colocar en otras manos.

“Son hombres los que lo compran. Es de mucha ayuda, para conocer las fases de la luna, las mareas y otras cosas”, explica.

Aunque toda esa información está disponible en línea, los compradores del Bristol son personas mayores de estratos socioeconómicos bajos. Muchos campesinos.

La publicación se vende en Centroamérica, República Dominicana, Puerto Rico, Aruba y Curazao, de acuerdo a lo que la misma publicación indica en sus páginas de 4.75 por 7.5 pulgadas.

Lanman & Kemp-Barclay & Co. Inc, de Nueva Jersey, Estados Unidos, es quien lo publica.

Según información disponible en internet, la edición anual es de unos 5 millones de ejemplares. En El Salvador, el precio de cada uno es de $1.

En sus páginas aparece únicamente publicidad añeja de productos de la misma firma de la editora, como el Agua Florida, que se promociona como “El regalo más escogido para mi bella dama”. 

Está impreso en blanco y negro y contiene también información sobre los signos zodiacales, el santoral, algunas recetas de cocina sencillas, un par de curiosidades, un crucigrama y unos cuantos chascarrillos. También un par de biografías, consejos de salud y consejos prácticos de vida diaria.

Su abuelo, su padre y ahora él

Carlos Martínez tiene 70 años y dice que creció viendo en su humilde casa el almanaque anaranjado. 

Primero lo compraba su abuelo, luego su padre y ahora él.

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“Lo compro siempre en diciembre o enero”, dice. Cuenta que en el Bristol se entera de las fases de la luna y confiesa que cree en la astrología o al menos que tiene algo de cierto en la vida de los individuos.

“Me entretiene leerlo, me ayuda a conocer cosas nuevas”, explica.

Como Johnny Alexánder hay 4 o 5 vendedores más deambulando por el centro de San Salvador y su periferia, ofreciendo el Bristol.

En las ciudades del interior del país, también lo ofrecen los vendedores informales.

Para algunos, es una especie de Biblia popular o enciclopedia que debe estar en casa.

La distribución en Centroamérica depende de terceros, no de la casa editora.

Ajeno a lo político y todo lo que se parezca, esta publicación ha sabido cómo hacer algo que es complicadísimo en estos tiempos, que el papel sobreviva ante una vorágine informativa digital.

Pareciera que, al menos en este caso, aquella fórmula de nostalgia y arraigo sigue funcionando aunque, como lo han reconocido sus editores, ya no son los volúmenes de circulación que tuvieron en otros tiempos. 

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