En las entrañas del Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), también conocida como la megacárcel de Nayib Bukele, en El Salvador, uno de los complejos penitenciarios más estrictos de El Salvador, un hombre con más de 1,500 años de condena cumple una sentencia que refleja la magnitud de sus crímenes. Alex Alfredo Abrego Abrego, un pandillero que pasó su vida en las sombras de la Mara Salvatrucha (MS-13), ofreció una sangrienta confesión sobre su violento paso por la pandilla y el costo humano de sus acciones.
En una entrevista con el periodista Andrés Klipphan de Infobae, Abrego se sinceró sobre la brutalidad que marcó su vida, un relato sombrío que revela las consecuencias de la guerra contra las pandillas en El Salvador.
El camino hacia la violencia
Abrego, ahora de 43 años, recordó con frialdad cómo a los 14 años se unió a la MS-13, una de las pandillas más temidas de Centroamérica.
#Resumen2024 | El compromiso del Gobierno del Presidente @nayibbukele con la seguridad nacional es innegable. El Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) es un ejemplo de cómo se puede enfrentar el terrorismo con determinación. La población ahora puede salir de día o de… pic.twitter.com/TeolbBrNZ8
— Secretaría de Prensa de la Presidencia (@SecPrensaSV) December 30, 2024
“Maté a 500 personas”, afirmó con una expresión vacía mientras hablaba de las vidas que extinguió sin remordimientos durante su tiempo en la pandilla.
Según su testimonio, los crímenes fueron parte de un proceso de ascenso dentro de la jerarquía de la MS-13, donde la violencia, la extorsión y el sicariato eran moneda corriente.
El relato de Abrego es solo un fragmento de la oscuridad que impregnó a su generación de pandilleros.
A lo largo de los años, participó en una serie de homicidios, secuestros, extorsiones y torturas.
“Casi… ha sido un calvario andando dentro de la pandilla”, expresó mientras narraba su involucramiento en lo que describió como un ciclo interminable de muerte y destrucción. En su historia, ser un buen pandillero significaba cumplir con los crímenes que la organización ordenaba, sin cuestionarlos.
La intervención del gobierno
El testimonio de Abrego se desarrolla en un contexto de cambio radical en la política de seguridad en El Salvador. En marzo de 2022, el país vivió uno de los peores episodios de violencia, cuando más de 60 personas fueron asesinadas en un solo día por pandilleros.

Este evento marcó un punto de inflexión, y el gobierno de Nayib Bukele reaccionó instaurando el estado de excepción. Bajo esta medida, las autoridades ahora tienen amplios poderes para arrestar a cualquier persona sospechosa de estar vinculada a actividades delictivas, sin la necesidad de una orden judicial, y con la capacidad de interceptar comunicaciones privadas. Este régimen de emergencia, aunque cuestionado por algunos sectores, tiene como objetivo erradicar a las pandillas y restaurar la paz en el país.
La política de mano dura de Bukele ha tenido efectos drásticos: más de 83,000 personas han sido detenidas desde la implementación del régimen de excepción.
Muchos de estos detenidos, como Abrego, han sido trasladados al Cecot, la prisión de máxima seguridad donde los pandilleros más peligrosos están confinados. Allí, la vida no es la misma que antes: no hay luz natural, no se permiten visitas familiares, y la comida es simple y escasa. Según el director del centro, la mayoría de los internos son “sujetos psicópatas, asesinos seriales” responsables de crímenes horrendos como torturas y mutilaciones antes de sus homicidios.
La vida en el Cecot: entre el arrepentimiento y la condena
Dentro de la megacárcel, Abrego vive una existencia limitada por estrictas reglas y vigilancia constante. A pesar de estar condenado a pasar su vida entre rejas, el pandillero expresó cierto arrepentimiento por sus acciones, aunque también reconoció que ya no hay vuelta atrás. “Si llegáramos a ser culpables, quizás toda la vida. Hasta salir un cadáver de este lugar”, dijo, refiriéndose a su condena por 500 homicidios. Aunque se mostró consciente de la gravedad de sus crímenes, Abrego no dejó de señalar que las consecuencias de su vida delictiva eran inevitables: “Tengo que vivir lo que estoy viviendo”.
El testimonio de Abrego también incluyó un mensaje para la sociedad salvadoreña: “Que se arrepientan y que no se metan en delitos. Que van a vivir una eternidad encerrados como yo si no obedecen las leyes de Dios y las leyes terrenales”. Este llamado de reflexión subraya la dureza de la vida dentro de la cárcel y el sufrimiento que implica estar encerrado por el resto de los días, en un entorno donde no hay espacio para la redención ni para la libertad.
El legado de las pandillas y el contexto de la megacárcel
Las pandillas como la Mara Salvatrucha y Barrio 18 se habían convertido en un verdadero “estado paralelo” en El Salvador. Según el ministro de Seguridad Pública, Gustavo Villatoro, estos grupos criminales controlaban más del 85% del territorio nacional y mantenían a la población en un estado constante de miedo mediante el secuestro, la extorsión y el narcotráfico. Estaba claro que el gobierno anterior no había logrado frenar su expansión.
Pero con la implementación del régimen de excepción, el presidente Bukele ha emprendido una guerra frontal contra las pandillas, confinándolas en lugares como el Cecot, donde, según informes, más de 60,000 pandilleros han sido recluidos.
La historia de Alex Alfredo Abrego es solo una de las miles de vidas rotas por la violencia pandillera, un recordatorio del profundo costo humano que ha dejado la lucha entre el crimen organizado y el Estado salvadoreño. En la megacárcel, donde el arrepentimiento y el aislamiento son las únicas respuestas posibles para los condenados, el futuro parece ser tan sombrío como el pasado de aquellos que alguna vez sembraron el terror en El Salvador.