El gobierno de Costa Rica quiso hacer un príncipe y lo que le salió fue un sapo. Que falta de confianza no haber pedido asesoría sobre algo tan sencillo como la maniquea decisión de exigir visas a los ciudadanos de un país miembro del SICA y tan cercano a nosotros los costarricenses como es Honduras. En diplomacia y comercio exterior se sabe que la respuesta similar es de rigor.
Países tan pequeños como los centroamericanos en geografía alargada y de paso entre dos subcontinentes, requieren integrarse hasta donde sea posible para generar economías de escala y la posibilidad de acometer ciertas tareas de forma conjunta para que sean realizables. El ir contra esa lógica es un grave error. Un pésimo mensaje a la comunidad centroamericana e internacional, que le gustaría ver a una Costa Rica, sin ser perfecta de lejos la “más república” en el SICA, influyendo más en la Región, lo que a todos conviene.
Es claro para quien sabe de integración que esta se cimenta en acuerdos entre los ocho países miembros, acuerdos refrendados por sus parlamentos, que hace conveniente el que los países implementen decisiones concertadas, como no es el caso de la que aparentemente en forma individual e inconsulta tomó el gobierno de Costa Rica. Refleja además la decisión, una carencia de claridad estratégica y del que toda acción genera sus consecuencias.
Es una decisión pésimamente tomada, no solo por la forma en que se dio, sin analizar qué, si no vienen sicarios hondureños, vendrán de otras latitudes. Así funciona el crimen internacional. Ergo, Costa Rica se encamina a mantener relaciones con pocos estados… quizás con el Vaticano podría ser. Se hizo sin pensar en sus consecuencias colaterales en lo político y lo socio económico, posiblemente sugerida al señor presidente por un ministro desesperado, que no ve más allá de su campo al tomar decisiones o proponer rutas de acción. Eso no puede ser y para evitar eso está el Consejo de Gobierno y específicamente el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. No puedo comprender que una persona tan capaz como el actual canciller, aceptara el procedimiento unilateral y es más, sin proponer un “camino” alternativo, como el establecer un alto nivel de coordinación con las autoridades hondureñas, en el marco inclusive del tratado de seguridad regional, del que Costa Rica no es miembro formal ni consolidado. Para mí que no le consultaron o lo obligaron a seguir instrucciones superiores.
Puede que al Gobierno de Costa Rica no le gusta la integración centroamericana, aún a los bajos niveles de estos días. Sin embargo, para muchos sectores es clave y además, existen entidades propias del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), de las que Costa Rica se sirve con intensidad. Desconocer esto estando en el ejercicio gubernamental no es de recibo. No siempre lo correcto es lo que uno quiere o le gusta.
Además, porque patearla con tanta dureza no es conveniente, estando la integración centroamericana a un nivel prácticamente de subsistencia por culpa de los propios países por un lado y porque políticamente no es posible tener una integración de mayor nivel, con gobiernos pisoteando cláusulas de la carta constitutiva de la ODECA y del Protocolo de Tegucigalpa fundamentales en cuanto a la prácticamente democrática.
El desaguisado ha servido también para demostrar la debilidad actual para temas claves, como es el que nos ocupa, de la Secretaría General de la Integración Centroamericana, que no parece tener lo que se requiere para coadyuvar a una solución. Hay un serio problema de liderazgo político.
Aconsejo con respeto al gobierno de Costa Rica, que acepte su desaguisado, que busque junto con Honduras y el mismo SICA otros mecanismos para atacar el problema y que desista de su erróneo proceder.